viernes, 21 de junio de 2013

Tanzania rumbo al norte (y 4) - Hasta luego, cocodrilo

Dar Es Salaam, hace tiempo capital de Tanzania, ciudad que en árabe significa paraíso de paz, o paz en la tierra, o algo así, es en realidad un pozo inmundo de mierda. Y es una pena, porque la ciudad tiene una mezcla cultural e histórica que ya quisieran para sí muchas otras en el mundo. Su importancia estratégica durante siglos como puerto comercial y puente entre África y Asia la convirtieron en nido de comerciantes indios, árabes, portugueses... Hoy en día esta herencia se puede ver claramente en el casco antiguo de la ciudad, repleto de edificios de distintas épocas, que un día albergaron los puestos de comercio de las más diversas especies. La vida en la calle es bulliciosa hasta más no poder, y si te acercas despistado al puerto, antes de poder decir "hostia" tendrás a tu alrededor una nube de buscavidas mentirosos que te prometerán el oro y el moro con tal de que vayas a su oficina para sajarte un billete en barco de mierda hasta la isla de Zánzibar. Durante el proceso, eso sí, te enseñarán las fotos del ferry cuya oficina está a sólo unos metros.

Habíamos llegado tarde por la noche, ya que los arrabales de Dar son inmensos y hoy en día se encuentran en su absoluta totalidad en obras. La ciudad está intentando arreglar sus calles principales de acceso, distribuidas de manera radial desde el puerto, y aquello es un infierno de cruces sin semáforos, asfalto desmontado y pistas de tierra repletas de baches combinadas con millones de minubuses, camiones, coches y motos chinas. Recorrer los últimos 15 kilómetros hasta el centro de la ciudad nos costó más de una hora. Encontramos un hotel en el GPS donde, una vez más, nos hicieron el lío con los precios. Los 40 que nos dijeron de entrada resultaron no ser miles de schillings, sino dólares (al cambio 77.000 schillings). De esto nos enteramos sólo cuando ya habíamos subido todo a la habitación, sin ascensor. Lo más ridículo es que te dan el precio en dólares pero no puedes pagar en dólares, lo que acentúa la sensación de trampa para incautos.

Lo mejor que sacamos de la ciudad fue aprovechar la mezcla cultural a la manera más deliciosa: por el estómago. Comida en la calle, llevado por un indio, cocinando cientos de medios pollos. Delicioso.

Al día siguiente decidimos intentar partir hacia Zánzibar con la esperanza de que allí pudiéramos coger otro ferry hasta Mombasa, pero al acercarnos al puerto experimentamos la marabunta de vendemotos y, tras casi conseguir que Mauro le suelte una hostia a uno de ellos que le metía papelitos de ferries en la cara, salimos escopetados en dirección a la misma carretera de ayer. Teníamos que llegar a Chalinze para coger la (única) carretera hacia el Norte, en dirección a Tanga, o Arusha.

Salir de la ciudad fue incluso más costoso que entrar en ella. La única ventaja es que era de día y podíamos ver por dónde rodábamos, pero llegar al último arrabal y coger la carretera nos costó la friolera de dos horas. Esto prácticamente destrozaba nuestro día, y hacía complicado llegar a Tanga, nuestro destino para hoy, en el norte cerca de la frontera con Kenya, para cruzar a Mombasa después.

La carretera nos trajo el recuerdo del camionero asesino del día anterior, al pasar por el punto exacto en que casi se nos lleva por delante. Por suerte ibamos mejor preparados, o tal vez simplemente había menos tráfico, pero el caso es que se hizo mucho menos peligroso salir que entrar. Al llegar a Chalinze la carretera se bifurca y tiramos hacia el norte. Para nuestra sorpresa aquella era mucho más nueva, construida por los japoneses, y apenas sin tráfico. El día pasó tranquilo rodando suave y disfrutando del paisaje y de la carretera, de las curvas y de las montañas, mientras nos acercábamos más y más hacia el norte. La mayoría de los pocos camiones que nos encontrábamos en nuestro camino estaban volcados fuera de la carretera, lo que servía de recordatorio para extremar las precauciones a menudo. Pero en cualquier caso todo era mucho más agradable que en la carretera a Dar, y pudimos realmente disfrutar del camino.

Al llegar al cruce donde la carretera va hacia Arusha y Kilimanjaro o hacia Tanga y Mombasa decidimos hacer noche allí para evitar que nos cayera la noche con alguno de esos camioneros locos rodando por encima de nosotros. Por la mañana nos levantamos con tiempo para llegar cuanto antes a la frontera, porque ya sabemos como se las gastan allí, y rodamos por la misma carretera perfecta hacia Tanga, dejando las montañas detrás y buscando reencontrarnos con el Índico. Tanga, además de tener un nombre muy divertido, parece otra ciudad de puerto importante, pero venida a menos. Los edificios tienen el mismo aire de Dar, pero todo está sencillamente vacío. Junto al puerto hay cientos de vías de tren oxidadas y a medio desmontar, pobladas por chavales que recogen chatarra y basura, y tienen la apariencia de la misma basura que recogen.

Pasamos de largo y seguimos la carretera de nuevo pegada a la costa. De nuevo las vistas del cristalino océano, de nuevo las playas perfectas de arena blanca. Y además ahora tan al norte, palmeras. La carretera se separa para esquivar un palmar en una zona inundable, dandonos estupendas vistas a través del bosque de paleras. Por todos lados halcones sobrevuelan la carretera a contraviento, tratando de encontrar una presa sin apenas moverse del punto sobre el suelo en que se encuentran, y cuando por fin ven una se abalanzan a toda velocidad en un picado efímero del que vuelven con un roedor entre las garras. Sencillamente impresionante.

Y embelesados, llegamos a la frontera. Todo perfecto, los papeles en la entrada a Tanzania costaron horrores (de tiempo) pero estan tan bien hechos que todo se arregla en un pispas. Al otro lado está la frontera de Kenya. Hakuna matata, Mombasa ahí vamos.

jueves, 20 de junio de 2013

Tanzania rumbo al norte (3) - Yo para ser feliz quiero un camión

Aprovechando el cántico a la gloria de Alá me decidí a buscar la Toyota tempranito. El objetivo: encontrar el mismo aceite que lleva mi moto. El problema: La moto se ha ventilado todo el aceite que llevaba al empezar el viaje, más el litro de aceite que traía en botella de repuesto, en apenas 5.000 kilómetros. En los últimos días he ido vigilando la varilla del aceite siendo horrorizado testigo de cómo la marca va cayendo por debajo de la línea de mínimo. La Teneré es una moto a prueba de bombas, y aguanta toda clase de perrerías que le eches encima, pero un motor sin aceite es garantía de fin del viaje.

Los de la Toyota me reciben con malas noticias: no tenemos el aceite de Yamaha, y el grado que calzas (10W50) es más bien rarito. El que trae Mauro es 15W40, con lo que no puedo mezclarlo. Pero demostrando la siempre buena voluntad y hospitalidad de este país, uno de los mecánicos de Toyota me dice que si le llevo conmigo en la moto me lleva a donde cree que pueden venderlo. Es posible que el tipo sólo quisiera dar un paseo en moto, pero lo cierto es que estuvimos casi una hora rebotando de tienda en tienda, literalmente por todos los vendedores de aceite lubricante que existen en Iringa. Después de mucho darle vueltas me dice que mi mejor baza es cambiar el aceite por uno que sea lo más parecido posible. Al final compramos un 20W50.

En el taller le sacan todo el aceite que tiene, y la palangana apenas llena más de medio litro. El tipo me mira con cara de "qué potra tienes chaval" y limpian el filtro para tratar de evitar la mezcla al máximo. Yo mientras contacto con mi hermano por Wassap, con la vana esperanza de que me diga si es cierto que se puede mezclar aceites. De la conversación saco que soy un inculto de mierda, y que el problema no es tanto en el grado como en el tipo de aceite. El de Yamaha es un semi-sintético. El que están metiendo los del taller, sintético. De aquí en adelante me las pasaré acojonado por si esto es un problema fatal o no. De momento confío en mi amiga la suerte y en el hecho impepinable de que cualquier cosa será mejor que seguir rodando con la cantidad ridícula que tenía este motor. He comprado aceite para parar un tren, para rellenar el depósito entero y aún llevarme un par de litros "paporsi". Si en 5.000 km se ha ventilado un depósito de aceite, a ver cómo cojones voy a llegar a los 18.000 que tiene este viaje.

Tras varias horas de taller me reúno con Mauro, que está comprando crédito de Airtel para pillar un pack de internet móvil del copón de la baraja, a ver si nos da para subir fotos. Se lo está comprando a un tipo que te manda pasta desde su móvil (algo súper común en África) al que tú le das pasta en metálico. Se despide con una sonrisa. Más tarde la recordaremos.

Salimos de Iringa más tarde de lo que queríamos, y la carretera sigue el mismo guión que hemos traído hasta ahora. Kilómetros y kilómetros de rectas sin fin, badenes, y camiones. Pero para hacernos el trago más pasable nos encontramos que la carretera atraviesa el Parque Nacional Mikumi. Es la única reserva a la que puedes entrar en moto, y la carretera está petada de señales de advertencia recordándote que estás cruzando una zona de vida salvaje y cuánto te toca pagar si atropellas a según qué especie. Créeme, los precios no son nada asequibles según más raro y más grande sea el animal, aunque me hacía gracia pensar que mencionaran elefantes, porque a mí me da en la nariz que si te estampas contra un elefante, la multa será la menor de tus preocupaciones.

Allí, sintiéndonos en nuestro propio safari, veo por fin los primeros ejemplares en su entorno natural de animales que siempre había visto en el zoo. Primero antílopes. Después cebras. Girafas, enormes, gigantes, con pinta de lentas y de patosas. Y de repente, ahí, a apenas 5 metros del borde de la carretera, el amigo del "dey": un elefante que no se balanceaba sino que buscaba comida con sus amiguitos se planta con cara de "¿Y tú qué cojones miras papanatas? ¡Mira que te voy a meter un buco que te voy a tatuar la trompa en la cara, ¿me oyes chaval?!". Sí, tu rite, pero de verdad que los elefantes tienen una pinta de marrulleros del copón de la baraja, cuando se ponen chungos abren las orejas para alante para parecer más grandes y se dedican a hacer movimientos raros de cabeza del tipo mira que voy. Yo estaba parado en el arcén, con la marcha metida y calculando mis posibilidades de poner punto muerto, soltar embrague, coger la cámara, encenderla y tirarle una foto, todo antes de que, si el paquidermo pasa de las amenazas a los hechos, pueda llegar hasta donde estoy yo. La conclusión es sencilla: él, elefante; yo, gallina.

El resto del viaje apenas tiene algo interesante que mencionar. Los kilómetros, eternos, pasan adelantando camiones lo mejor que podemos y aprendiendo a rodar sobre los badenes de la manera más suave para la moto. El largo camino a Dar Es Salaam se va acortando minuto a minuto, y cuanto más cerca estamos de nuestro destino más camiones se interponen en el. Dar es un puerto internacional que sirve no sólo a toda Tanzania, pero también a Burundi, Ruanda, Zambia y Malawi. Y SÓLO hay una carretera hacia el interior del continente. Por aquí pasa literalmente toda la mercancía que países como Zambia importan de China o Japón.

Cuando entrábamos en Tanzania leí en Wikitravel una nota acerca de los camiones y del tráfico en general. En ella decía que los tanzanos a menudo adelantan en lugares prohibidos, o de curvas de visibilidad nula, y que por lo general no puedes contar con que al verte vayan a apartarse. También mencionaban el generalmente bajo nivel de mantenimiento de esos camiones que a menudo causa fallos en los frenos o ruedas reventadas. Por supuesto, como este viaje (y tantos otros) me está enseñando, de lo que la gente escriba en foros o te diga en bares a la realidad suele haber un trecho largo. Y en esas iba pensando cuando de repente, a lo lejos...

Una curva a izquierdas. Unos 500 metros. Un camión que viene en el otro sentido. Y un autobús detrás de el. Un momento... ¿detrás? Al salir de la curva se ve claro: al lado. El autobús no va mucho más rápido que el camión, y el camión no va a gastar sus frenos en dejar pasar al autobusero loco. Le doy luces. Me da luces (!!!). Le doy más luces y hago aspavientos con los brazos diciéndole que se aparte. Reduzco. Reduzco más. 100 metros. Y por fin termina su adelantamiento. Yo he tenido que reducir hasta 70 porque a la velocidad que venía no le hubiera dado a terminar el adelantamiento. Primer aviso.

Joder, qué cabrón. Estos autobuseros están locos. Miro al retrovisor y Mauro está cerca, lo ha podido ver todo. Hago signos con la mano en el casco y el responde igual. Están locos estos tanzanos. Un poco más adelante la historia se repite. Calcada, pero esta vez con un camión en lugar de un autobús. Esta vez bajo hasta los 50, y pasa lo suficientemente cerca para levantarle claramente el dedo. Segundo aviso.

Al segundo aviso seguirían un tercero, y un cuarto, de nuevo con autobuses, y esta vez teniendo que echarme al arcén. Esto es una puta locura, en serio, esta gente no sé en qué cojones piensa. Mauro va ahora delante, pero no cambia mucho, la situación se repite para él también. Creo que los toreros tienen 2 avisos y al tercero les largan, yo ya he tenido cuatro y no sé ni quiero saber cómo sería un quinto. Ya queda mucho menos para Dar y el sol empieza a acercarse al horizonte, tiñendo el cielo de rojo. Nuestro sentido apenas tiene tráfico y rodamos a una velocidad moderada de 100. En el otro sentido viene una hilera de no menos de 15 camiones, cada uno siguiendo al anterior a sólo unos pocos metros.

Rodamos cuesta abajo, con una ligera curva a izquierdas. A mi izquierda el terreno se despeña en un terraplén donde la carretera se ha construído elevada para salvar un valle. Un chaval rueda tranquilo en su bici. Mauro, a unos 200 metros delante de mí. En el otro sentido aquella hilera de camiones, que están empezando a subir cuesta arriba. Y todo sucede en una milésima de segundo.

Dicen los comentaristas de la Fórmula 1 que si parpadeas te lo pierdes. En esta, si parpadeas, no lo cuentas.

Un camión, enorme, blanco. Una muralla blanca con un radiador gigante protegido por una estructura metálica diseñada para trocear vacas y mantener la cabina intacta. Ha salido de la nada, de la hilera de camiones. De un volantazo pasa a centímetros de Mauro quien apenas consigue empujar la moto hacia la izquierda para salvar el impacto lateral, pero lo consigue. Cada pelo de mi cuerpo se ha clavado como una escarpia en mi piel, y puedo sentir hasta las rastas erizadas en una bomba de adrenalina que me llena por completo cuando aquella muralla de hierro y gasóil completa la salida de su carril y se planta, a 100 km/h cada uno, delante de mí. A menos de 200 metros.

Sólo ha pasado media milésima y ya estoy apretando los frenos pero sé que es inútil, tengo que tirarme fuera del camino, no hay alternativa. El arcén tendrá un metro de ancho más o menos, y junto al terraplen delante de mí empieza una barrera quitamiedos, una de las famosas cuchillas asesinas de moteros. El tiempo se detiene en un instante eterno con mi corazón latiendo a mil pulsaciones por minuto y mi cerebro hirviendo. Delante una pared blanca asesina. A la izquierda un terraplén, o una ridícula oportunidad de conseguir meter la moto entre el camión, el ciclista, y el quitamiedos. La vida me ha dado una pausa de gracia para dejar que mi cerebro evalúe, dopado de adrenalina a saco, pero esa pausa ya se ha terminado y el mundo vuelve a moverse. La moto patina de atrás. Patina de alante. Contravolanteo para mantenerla de pié pero seguir tirándola a la izquierda hacia el arcén. No puedo hacerlo muy deprisa porque reviento al ciclista y me reviento contra el quitamiedos. Mis dedos se mueven a la velocidad de la luz tratando de hacer el máximo freno sin bloquear rueda y cada vez que suelto freno empujo la moto un poco más a la izquierda.

El tiempo se acaba, aún me queda casi medio carril, que me parece un mundo, para llegar al arcén. El camión debe estar ya a menos de 50 metros, pero ya no lo veo. Todo mi mundo, toda mi vida, está enfocada en ese arcén. Mis ojos abiertos como platos tratan de medir cada milímetro de espacio que tengo y mi cuerpo menea la moto lo mejor que la intuición me permite. 20 metros. 10. Ahora o nunca, me va la vida en ello.

La vida pasa por mis narices. Recuerdo mi accidente, hace mil años, cuando volé hacia aquél árbol. No quiero repetirlo. No quiero. Simplemente no quiero. No quiero golpear ese quitamiedos. Recuerdo mi primer post en este viaje. No me toca, no me sale de los cojones. No así.

Suelto frenos mientras doy el último empujón a la moto hacia la izquierda, pero aún manteniendo la inclinación hacia la derecha para no pegar en el guardarraíl. Acelero para salirme del carril.

No sé cuanto fue. Sé que pude sentir el golpe de viento que el frontal del camión desplazaba al pasar por mi lado. Sé que sentí cómo mi pierna rozaba el guardarraíl. Creo que pude imaginar la cara del pobre chaval en la bici. Nunca fuí capaz de imaginar la cara del hijo de la gran puta que conducía (es un decir) aquél camión.

La moto pega un par de bandazos al caer al arcén que está un escalón más abajo, y al ceder al aire desplazado por el camión. La rueda de atrás se desliza de lado a lado y la moto se comporta como un caballo encabritado. Y reduzco. Sin tocar frenos. Sin tocar nada. Sólo lo suelto. Y grito, grito desesperado sin saber qué hostias decir. ¿Cabrón? ¿Hijoputa? ¿aaaaaah? No sé ni qué grito, pero grito. Y la moto se para poco a poco. Gracias, gracias moto, gracias por entrar en ese metro de vida. Gracias por salvarme. Gracias adrenalina por concederme el medio segundo para reaccionar. Te lo dije, este viaje no iba a ser. Lo prometí al empezar.

Cuando te salvas de una muerte segura por apenas medio metro los sentimientos se mezclan confusos. Estás cabreado, pero eufórico. Lo he hecho, sigo aquí. No soy un cromo en el frontal de ese camión. Podría haber acabado como todos esos mosquitos que se estampan en mi visera. Pero no. Estoy aquí. Estoy vivo.

Y llegamos a Dar El Salam. Pero qué importa. Estoy vivo.

martes, 18 de junio de 2013

Tanzania rumbo al norte (2) - Un paseo entre baobabs

Mbeya no lo parece, pero está en las montañas. A 1700 metros sobre el mar, las noches se convierten en frías de cojones. Así que la noche en camping nos dejó un poco fríos, como aquel que dice. No contentos con el frío, los constantes cánticos a Alá desde la mezquita situada a 5 metros de nuestras tiendas de campaña tampoco ayudaban a descansar, con lo que por más que intentamos no pudimos levantarnos pronto. El mapa nos mostraba poco más que nada entre Iringa, la siguiente ciudad, y Morogoro, situada en un parque natural. La apuesta era inicialmente llegar a Morogoro, pero levantándose tarde era poco probable. Iringa pues.

El camino parecía más bien tedioso, una línea casi perfectamente recta en el mapa y un cojón y medio de camiones. Lo malo que tiene Tanzania es que apenas tiene carreteras asfaltadas, y parece ser que lo de usar el tren para transporte de mercancías no se les ha ocurrido. Combina eso con el puerto más importante de la zona en Dar Es Salaam y tienes como resultado un chorro de camiones por la carretera. Constante. Así empezó nuestro día, a 40 por hora detrás de camiones humeantes.

El asfalto tiene algo curioso: cuando varios miles de camiones le pasan por encima cada semana, se empieza a deformar como si fuera arena. Seguro que alguna vez has visto carreteras con marcas de ruedas de camión ligeramente hundidas en el asfalto, ¿verdad? Bueno pues eso no es nada. Las marcas de camiones en la carretera hacia Dar Es Salaam levantan capas de asfalto a cada lado como si aquello fuera mantequilla. El resultado es un que mi carril se convierte en realidad en dos carriles por los que la moto se mueve como si de un scalextrix se tratase. No hay huevos a salir de esos surcos porque el reborde está levantado y llega casi hasta las estriberas de la moto. No es coña. En esas circunstancias adelantar se convierte en algo no temerario, sino odiséico. Lo curioso de este fenómeno es que sucede increíblemente mucho más en las cuestas arriba que en las cuestas abajo, así que la situación más peligrosa se da cuando adelantas a un camión cuesta abajo y de repente al entrar en el carril contrario te cuelas en una de estas roderas y no hay cojones a volver a tu carril. Divertidísimo.

Unos kilómetros más allá de Mbeya, como si por arte de magia se tratase, la mitad de los camiones desaparecen. De repente el asfalto es mucho mejor, la carretera es totalmente recta y apenas hay tráfico. Y volamos ligeros sobre el llamado Valle de los Baobab, un lugar que (sí, has acertado) está repleto de Baobabs. No se si te lo había contado antes, pero los Baobab son unos árboles que me fascinan. Su tronco, desmesuradamente gordo, tiene un aspecto a la vista casi esponjoso. Las ramas se retuercen en posiciones imposibles y se van estirando haciéndose delgadas hasta llegar a donde (casi en la mayoría de los ejemplares que he visto) algún día hubo hojas, pero ya no. Sólo ahí el árbol vuelve a tamaños normales entre los demás árboles. El resto es gordo, rechoncho y de aspecto esponjoso. Se podría decir que el Baobab es un peluche en el mundo arbóreo.

El valle está repleto de ejemplares más o menos secos, más o menos retorcidos junto a la carretera, aunque algo más allá puedes imaginar el curso del río que lo origina con sólo observar la línea contínua de verde que rompe el color seco que lo domina todo. Salpicando los márgenes de la carretera encontramos alternados restos de neumáticos de camión y monos, cientos de monos curiosos mirando pasar coches todo el día con cara de "estos humanos están majaretas". Los mismos monos que en las montañas que bajaban a bañarse al lago Malawi, se apoltronan aquí al margen de la carretera a la espera de que algún pasajero gilipollas de los cientos de autobuses que cubren la línea Mbeya-Dar deje caer los restos de su comida por la ventanilla. Debe suceder bastante a menudo, a juzgar por la cantidad de monos a la espera.

La carretera es tan perfecta que nos hace volar acercándonos más y más a las montañas donde se origina todo este valle. El mapa en el GPS me dibuja una confluencia de dos ríos que promete ser interesante de ver, pero al llegar a la curva donde se mezclan la carretera se estrecha y empieza a revirarse cuesta arriba como una loca. Del cruce de ríos sólo puedo ver un cartelón enorme que reza: "Por razones de seguridad está prohibido hacer cualquier cosa en este area". Toma ya, ahora no se si aquí hay hipopótamos, terroristas, militares (¿no es lo mismo?) o campos minados. ¿Qué carajo? Ese es el tipo de cartel que me intriga tanto que me pararía a acampar allí sólo para saber de qué va la historia.

Sin embargo seguimos porque las carreteras de montaña siempre han sido algo que me han flipado lo suficiente para dejar de hacer casi cualquier otra cosa. Los paisajes en montaña siempre resultan ser los más alucinantes, y la carretera es siempre, siempre sin excepción, divertida. Al principio se mete entre bosques de un verde frondoso impresionante que parece que se te va a comer vivo, con ramas colgando sobre la altura de los camiones de las que cuelgan manojos de verdes de todos los tonos imaginables. A la izquierda, o a la derecha, o de nuevo a la izquierda (vamos cruzándolo puente tras puente) se pasea el río que daba color al valle que acabamos de abandonar. De cuando en cuando nos encontramos con camiones en caravana sin apenas poder subir esta pendiente, haciendo tapones que la mayoría de los vehículos no pueden sortear entre tanta curva. Pero una vez más la belleza de viajar en moto nos hace ligeros como el viento y vamos pasando uno tras otro sin apenas espera. Yo me paso el rato deseando que no haya más camiones para disfrutar de la ruta, pero sé que es inevitable y aprovecho los pequeños parones para disfrutar de las vistas.

Y de repente, la cuesta arriba se torna cuesta abajo y el río se convierte en un cauce seco pedregoso que tiene pinta de ser alucinante de ver durante la estación húmeda. Adelantar camiones cuesta abajo es más complicado, primero porque frenar la moto es más difícil, y tienes que guardar más margen, pero sobre todo porque los camiones sí que las pasan putas para frenar, y a veces algún conductor descerebrado deja que su cabina coja más velocidad de la que es capaz de detener. Constantemente te cruzas con alguno que va echando humo negro desde sus ruedas, con la peste a freno quemado que eso conlleva, haciendo la conducción más exigente aún. Sin embargo lejos de achantarme esto lo hace aún más divertido para mí. Conducir ha pasado en un pispas de ser un paseo en línea recta infinita casi soporífera, ha una exigente sucesión de curvas ciegas que requieren la máxima atención a todo lo que significa pilotar una moto. ¿Puede ser más divertido?

La bajada es bestial, más del doble de lo que llevamos subido, y marca la bajada desde las zonas altas de Mbeya y alrededores hacia las (sólo ligeramente) más bajas de Iringa. Las curvas se van abriendo poco a poco y vuelve la normalidad de la línea recta que nos hace correr más. Tan sólo los pasos por poblado nos hacen ir más despacio, y el GPS nos dice que ya casi hemos llegado.

Tanzania tiene una estrategia curiosa para evitar que la gente corra en poblado. En lugar de plantar maderos con pistolitas láser que miden la velocidad (para qué, me pregunto, si ya hemos visto cómo las gastan las maderas cachalotitas) los tanzanos se dedican a tirar badenes a la entrada, salida, y mitad de cada poblado. Al acercarte ponen primero 3 tandas de badenes pequeños, agrupados de 3 en 3, con tan poca separación que la mejor manera de pasarlos es a unos 70 por hora, ya que la amortiguación de la moto los hace pasar por encima. Después ponen un número indeterminado de badenes gordos, de unos 2 metros de ancho y 30 centímetros de altura, a menudo pintados como pasos de cebra. Y en aquellas poblaciones donde se sienten inspirados además te plantan otro par de badenes de la misma altura que los grandes, pero de apenas otros 30 centímetros de ancho. Al final resulta que no hay cojones a pasar por poblado a más de 50, porque lo rompes todo. Los camiones se tienen que parar (literalmente) para cruzar los badenes como si fueran escalones, y prácticamente en cada pueblo hay al menos una tienda donde arreglan neumáticos y amortiguadores. Estrategia perfecta, ole por los tanzanos, que son los únicos en el mundo en hacer un sistema eficiente y efectivo de reducción de velocidad.

Y entre badén y badén recorremos la última cuesta arriba que escala hasta Iringa, donde encontramos sin mucho problema un hotel barato y agradable para pasar la noche. Al día siguiente tengo planeado pasar temprano por la Toyota de Iringa (que da servicio a Yamaha) para hacer un chequeo de rutina, así que toca cama prontito para poder marcarnos un viaje largo mañana hasta Dar Es Salaam.

Lo que no sabía era que temprano volvería a ser 5 de la mañana. Allah Akhbar.

lunes, 17 de junio de 2013

Tanzania rumbo al norte (1) - ¡Barabara is full of jokos!

Hay unas cuantas constantes en las fronteras por tierra. La primera es que según te acercas al puesto fronterizo aparecen de la nada una nube de moscardones (buscavidas, conseguidores, o agentes de fronteras según quien los nombre, siendo esta última la acepción que ellos mismos se otorgan) que te avasallan queriendo ayudarte. Rápido, rápido, mister, por aquí, primero haz aquí el pasaporte y luego bla bla bla. Su estrategia es no dejarte pensar, pillarte desprevenido y que cuando quieras darte cuenta tengas a una persona haciendo todos los trámites por tí. Y por supuesto, eso luego no sale gratis. Algunos te pedirán una ayuda para comer, otros una donación por su ayuda. Los más atrevidos te empezarán a contar milongas sobre nosequé mierdas de tasas de emisiones, impuestos de carreteras y seguros de viaje que tienes que comprar, y que por supuesto valen veinte veces lo que deberían. Y esta es la segunda constante de cada frontera: invariablemente, da igual el país donde estés cruzando, te van a intentar vender una cantidad de mierda que no existe o que no necesitas. Oh, y por supuesto, la de los cambistas. Siempre dándote el mejor cambio, por supuesto...

Perro viejo, curtido en ya unas cuantas de estas fronteras africanas, ignoro a la nube de buscavidas que se me echa encima nada más llegar y me voy directo a inmigración (debería ser emigración, porque salgo, pero bueno) y entrego mi pasaporte con la mayor sonrisa que puedo ofrecer. Miro un poco nerviosillo a la página donde la tipa busca el sello de entrada. Está más ocupada en charlar con sus colegas, así que igual cuela. Finalmente detiene su mirada sobre el numerito de los días y le da una voz a otro tipo. Ya está, la hemos cagado, a ver lo que me cuesta la bromita. Como habla en chewie, no tengo ni papa de qué está diciendo, pero mira de vuelta al sello, de vuelta al otro tipo, y de repente me mira, me sonríe, agarra el sello y sin mirar el papel de un hostiazo estampa la salida y me dice que tenga un buen día. ¡Ole!

Pasamos el control y cruzamos el río que hace frontera natural con Tanzania. Según a quién le preguntes, claro, porque llevan años pegándose para delimitar la frontera. Llegamos al otro lado y empezamos con la misma cantinela de cada frontera. Que si necesitas un seguro de Comesa, que si sígueme, que si la abuela fuma... Qué pesaditos, la leche puta. Nos ponen otro nuevo visado, de los de página completa y relleno a mano, en los pasaportes. 50 dólares del copón. Ay. Y empieza el baile de trámites para las motos. Que si necesitas fotocopias de todo, por triplicado por favor, oh, si claro, fotocopias allí fuera de la frontera. En total casi dos horas allí clavados. Sacamos pasta en un cajero y estamos listos para rodar. ¡Estamos en Tanzania! Karibu tena!

La alegría se corta a los pocos metros cuando un cachalote disfrazado de mujer policía con el culo más grande que he visto en mi vida (podia bloquear ambos sentidos de la carretera sólo con su culo) nos da el alto y nos empieza a pedir a voces el seguro de Comesa. "Mire, tengo estos documentos, que demuestran que tengo seguro..." "NONONONONO, ¡¡¡seguro COMESA!!! ¿Dónde está tu seguro Comesa?". Seguro que te suena la historia, ¿verdad? Yo me veía ya teniendo que soltar más pasta cuando de repente a la señora cachalote le entra un viento y nos dice "Bueno, por esta vez está bien, pero a la próxima quiero ver tu seguro Comesa. ¿Está caro?". Sí mi general, a sus órdenes señora cachalote. Lo que usted diga, señora cachalote.

Tiramos dejando atrás la frontera, pero ya se nos está haciendo tarde así que habrá que llegar a Mbeya y hacer noche allí. La carretera es buena al principio, pero de repente empieza a tener tramos alternados de obra, con primero el carril izquierdo en grava, durante varios cientos de metros, y después el derecho. Y así un rato largo hasta que llegamos a otro de esos tramos que tiene un mono operando una banderita roja que sugiere que paremos. El diálogo reproducido a continuación para tu uso y disfrute ha sido mantenido en su versión original, con traducciones lo más fidedignas posibles entre paréntesis.

Mauro: "Hi, we want to cross" (Déjame pasar, anda, haz como que no me has visto)
Mono: "eorihvoireapvCLOSEDasdhsaodi". (Indescifrable montón de palabras con la palabra "cerrado" entre medias
Mauro: "What? Closed?" (No me jodas!!!)
Mono: "Barabara is full of jokos!!" (¡¡Por la mañana me gusta desayunar Chocos!!)
Kali: "WHAT?" (¿Mandeeeeeee?)
Mono: "Barabara is full of jokos..." (Que la barriga llena de Chocos)
Kali: "Err..."
Mauro: "Arr..."
Kali: "Sorry, what's 'jokos'??" (Ola ke ase, que cojones me cuentas de los chocos)
Mono: "CAAAAAAARS!" (joder tío, coches, ¿qué va a ser? Si es que tengo que explicártelo todo)
Kali: "And what is Barabara?" (Y entonces eso primero que has dicho ¿qué es lo que es?)
Mono: "Meh, " (pensativo por un instante) "go!" (Anda lárgate y déjame en paz).

Ni que decir tiene que ni nos enteramos qué hostias eran barabara o jokos hasta hoy (porque se me ocurrió preguntarle a Blaise, no por otra cosa) y que a los 20 metros de recibir el ok venga tira millas, apareció de frente una flota de camiones. Arcén mediante, seguimos subiendo al norte hacia Mbeya. Pero lo que prometía ser un placentero viaje nos hace parar de nuevo. Ahí delante mío la prima pequeña de la agente Cachalote se yergue, mano en alto, invitándome amablemente y con una sonrisa a parar.

Cachalotita: "Viene usted muy rápido"
Kali: "No señora, no lo creo"
C: "Pues va a ser que sí"
K: "¿Pues qué quiere usted que hagamos ahroa?"
C: "Como es una ofensa menor, vamos a hacer lo siguiente: Vosotros me dais 10.000 schillings (4 pavos y medio) y yo no os doy una receta, ¿vale?"
K: "Pero señora, venga, que de verdad que no..."
C: "Pasta. Ahora. Dar."
K: "¿No podemos discutir esto como personas civilizadas?"

De repente cachalotita perdió su capacidad de comunicarse en Inglés...

C: "¿Cómo? No te entiendo. ¿Hablas swahili?"
K: "¡Pero si me estabas hablando en inglés!"
C: "¿Mande? Swahili. Pasta. Dar. Ahora"

Le soltamos un billete de 10.000.

C: "No, cariño, los dos. Pasta. Ahora."

Otro billete de 10.000.

C: "Muchas gracias chicos. Os quiero tanto... Me encanta tu pelo, por cierto"

Es fascinante como 20.000 schillings son capaces de hacer recordar el habla inglesa. Increíble.

Mbeya aparecería pronto después de este atraco a mano armada, y nos daría el primer aviso de Tanzania. Media hora de caravana de camiones para pasar al otro lado donde un camping nos esperaba. Con una mezquita al lado.

¿Sabías que a las 5 de la mañana todas las mezquitas empiezan a gritar a pleno pulmón "Allah Akhbar" durante una hora? Yo tampoco.

jueves, 13 de junio de 2013

Malawi 4 - Tienes un problema, majete.

La ruta al norte nos llevaba constantemente pegados al mar, digo al lago, primero esquivando montañas que se bajan a dar un bañito como nosotros, después constante al ras del lago, con una fina linea de playa, y luego separándose poco a poco hacia la montaña. La carretera, en buen estado en general pero siempre atiborrada de gente, sólo se atrevió a quedarse vacía en una pequeña porción que atravesaba la reserva de vida salvaje de Nkhotakota. Para aquellos que entiendan (pocas palabras hacen falta) no pude parar de cantar "In kota, kota kinabalu...". Bromas personales aparte, pocos kilómetros más allá la noche nos aprieta el culo y decididos a no pasar por lo mismo que el día anterior buscamos pronto en el GPS algún sitio donde poder parar. El Garmin nos dirige a Ngala Beach Lodge, otro apartado paraíso a pie de lago construido en plan pijo con cabañas y todo decorado al estilo colonial, regentado por una pareja de Sudafricanos (blanquitos, por supuesto) que tienen a 20 tipos haciéndolo todo mientras ellos charlan con los visitantes. De nuevo el precio de la cabaña es prohibitivo, pero este sitio tiene una zona de camping, justo delante de la playa, por sólo 5 (usa)pavos la noche. Ni nos lo pensamos.

La diferencia abismal entre este sitio y el de Norman es que aquí nada está incluido, y terminas pagando un cojón de pato más. Los clientes son todos blancos, sudafricanos o namibios (Boer, en cualquier caso) y más bien entraditos en años. El garito en cualquier caso es también paradisiaco, pero después de ayer se antoja un poco "meh". La playa sin embargo nos brinda otra noche de millones de estrellas intentando comprobar si es posible ver satélites entre ellas. De momento no he podido convencer a Mauro de que se pueden ver, pero el espectáculo es sencillamente impresionante. Cuando ves tantas estrellas sobre tu cabeza te preguntas, primero, cómo podemos ser tan jodidamente pequeñitos en el universo, y segundo, cómo es posible que vivir en la ciudad nos deniegue este impresionante espectáculo. Tratamos de averiguar también si los puntos que vemos al fondo en el horizonte serán pueblos en la orilla Mozambicana del lago (que allí llaman Nyassa, no Malawi) y como suele ocurrir con Mauro en estas preguntas empezamos a hacer cálculos de a cuánta distancia puede estar el horizonte. Sin respuestas concluyentes asumimos que los brillos que despuntan al horizonte deben pertenecer a ciudades de Mozambique o a gente quemando cosas al otro lado del lago, pero definitivamente desde aquí Mozambique no se ve, así que emplazamos a la mañana siguiente comprobar si el horizonte nos da para ver que esto es un lago o no.

El día despunta pronto aquí, y antes de las 6 estoy de pie para ver un nuevo amanecer. Es extraño repetir la experiencia de Malawi pero aún así ver el sol despuntando sobre el mar-lago. Digan lo que digan los dueños del garito, el otro lado no se ve y queda probado por el sol despuntando sobre el agua, con lo que también damos una respuesta aproximada a la pregunta de a qué distancia está el horizonte. No más de los 75 kilómetros de ancho que tiene el lago en esta parte.

Tras otra nueva mañana viendo el sol despertarse de su letargo una serie de ruidos extraños me saca de mi particular embobamiento, cuando los árboles a mi espalda se empiezan a menear y caen del cielo cosas que sólo un rato después consigo identificar como frutas a medio morder. Mirando bien entre las ramas encuentro a los primos de Rafita, los monos, que están en su ciclo mañanero de buscar comida por esta zona. Al parecer acostumbran a bajar a la playa por las mañanas a beber agua, pillar fruta y a ser posible algo que los campistas se hayan dejado imprudentemente fuera de las tiendas de campaña.

Sin mucho más que hacer por aquí. y con los monos ya alejados de nuestras tiendas, recogemos todo y repetimos la misma rutina de cada mañana, que se ha convertido en automática, de cargar las motos pacientemente, colocando cada día un poco mejor que el anterior todas las cosas. Es curioso como siendo la misma cantidad de equipaje, cada día todo cabe un poco mejor.

Salimos de nuevo prontito, con la misión de llegar a la frontera, o lo más cerca posible de ella, al acabar el día. Son casi 400 kilómetros pero creemos que podemos con ello. La carretera se pasea pegadita al mar durante un montón de tiempo, paseando junto a poblados de pescadores, pobres a rabiar, donde manadas de niños se nos acercan pidiendo de nuevo, como en una cantinela, su dinero, sus dulces, o sus bolígrafos. Es una mezcla tragicómica cuando te dicen "dame mi dinero" sin ninguna vergüenza, muy probablemente no sabiendo bien qué hostias están diciendo, pero conscientes de que en alguna ocasión les ha funcionado. Obviamente si les dieramos algo de pasta no sabrían ni qué hacer con ella, y más parece que están intentando que les des algo antes de partir en tu nave espacial y volver de nuevo a su paupérrima existencia a orillas de uno de los paraísos naturales más bonitos que he visto nunca.

Poco a poco el camino nos aleja de la costa para subir a toda hostia por las montañas, hacia la reserva forestal de Kaningina, antes de llegar a Chinteche. Mauro siempre dice que en español todo suena gracioso, pero no me jodas, ¿Chinteche? En fin, en un pis-pas pasamos de 500 metros de altitud a 1000 por una carretera revirada entre montañas, de esas que siempre que parece que has llegado a un punto llano te das cuenta de que sigue subiendo. Ahora con el GPS es fácil saber la altitud exacta, pero ciertamente se nota a saco cuando empieza a hacer frío encima de la moto. La carretera, tan divertida como retorcida, está por fin limpia (relativamente) de gente, pero repleta de monos y de camiones. Los unos (los últimos), tratando desesperadamente de no quemar los frenos y las cajas de cambios. Los otros (los primeros) mirando indiferentes el espectáculo de coches y camiones que pasan por lo que seguramente consideran su casa. Imagina que en tu salón de repente llega un animal grande, y sin pedir permiso ni nada tira una pista de alquitrán y horada montañas para que la pista no se bloquee. Y tú ahí con cara de panoli viendo que por la pista pasan constantemente máquinas rugiendo que unas veces huelen a quemado y otras veces tiran comida. ¡Comida gratis! Y ahí te repanchingas, a mirar el mundo pasar sobre ruedas, sin inmutarte por el ruido y los humos, con curioso interés por aquellos (pocos) bípedos que se paran para apuntarte con máquinas, comentar sobre la foto, y desaparecer en la distancia. Visto así tiene que ser cuanto menos entretenido.

Pasado Chinteche la carretera se separa una vez más del lago, hacia Mzuzu y Livingstonia (aunque no llegaríamos a ir allí). Si antes subimos hasta los 1000 metros ahora escalamos hasta los 1800, cruzando de cresta en cresta con la vista del lago oculta entre tanto pico, y con aún más curvas que antes. La bajada, sin embargo, es mucho más pronunciada, descendiendo los últimos 1300 metros de nuevo hasta el lago en apenas 7 kilómetros. Las curvas, casi esquinas, están salpicadas aquí y allá por camiones que se paran a intentar enfriar los frenos antes de caer despeñados ladera abajo. Las vistas en cada curva se van haciendo más y más impresionantes según llegamos de vuelta al mar-lago, pero aún sin rastro de Mozambique en la distancia. Y tras rozar de nuevo las playas, enfilamos una recta casi continua que nos lleva hasta Karonga, última ciudad grande antes de la frontera, donde paramos a hacer noche para cruzar al día siguiente temprano.

Cuando por la mañana del quinto día en Malawi enfilamos hacia la frontera, una serie de controles de policía salpican el camino, con pinta de más serios que los que habíamos visto hasta ahora, hasta llegar a uno donde nos piden no el carnet de conducir y el seguro, sino los pasaportes. Cómo no, aquí tiene. Y entonces la tipa pone cara rara, dice algo en chewie a su compañero, y se dirige con cara seria de nuevo a mi.

Retrocedamos en el tiempo, 5 días atrás. Recordarás aquél tipo en la frontera que por un desinteresado souvenir con cara de presidente americano permitió a Mauro entrar a pesar de no tener visado. Recordarás también cómo me dijo "claro, no hay problema, aquí tienes, por ser español 30 días". Hijo puta.

- Señor (odio cuando me tratan así, aunque en inglés no suena tan mal), tiene usted un problema: ha sobrepasado la estancia permitida en su visado. - ¿¿¿Cómo??? ¡Pero si en la frontera me dieron 30 días! - No señor, le dieron 3 días. Hijo de puta. - Pero vamos a ver, ¿Cómo voy a cruzar Malawi en 3 días? Además, si a mi colega le han dado 7 y venimos juntos, ¿por qué me iban a dar 3 a mi? - Pues no lo sé (ni me importa) pero tienes un problema, majete.

La tipa duda y al final tras más cháchara chewie me deja marchar con un agorero "Tendrás que lidiar con ello en la frontera". Sin tener muy claro qué hacer seguimos adelante con la duda de si terminaré en una carcel chewaka por culpa de un cabrón en la frontera de Mwanza, a quien imagino en estos momentos riendo malévolamente mientras se abanica con su recuerdo de los USA, y considerando (sin ir a más) la posibilidad de falsear el numerito, garabateado a mano en una grafía indescifrable. Descartamos la opción porque creemos que sólo nos iba a dar más posibilidades de terminar en chirona, y llegamos por fin a la frontera en Songwe. Con una sonrisilla nerviosa me paro a declarar al mundo en Foursquare que estoy aquí. Encuentro un comentario que dice que más te vale preparar un billete dentro de tu pasaporte porque los agentes de fronteras te intentarán multar por cualquier cosa.

¿Conseguiré cruzar sin problemas?

martes, 11 de junio de 2013

Malawi 3 - En un barco

Salimos de Blantyre cagando hostias con la intención de llegar al lago antes de caer la noche. La carretera era estupenda así que se podría ir ligero, pero estaba salpicada de pueblos donde toda la vida social se hace a pie de carretera, por lo que tocaba ir esquivando furgonetas, minibuses, niños curiosos, vendedores despistados y toda clase de animales domésticos, particularmente cabras, que lejos de entender el peligro de un vehículo acercándose a más de 80 km/h deciden que el mejor camino a la salvación pasa exactamente por delante de la trayectoria de dicho vehículo. Y luego nos preguntamos de dónde viene la expresión de estar como una cabra.

Aparte de tan variopinta fauna, cruzar Malawi tiene un pequeño inconveniente: los controles de policía. Constantes. Cada 3 o 4 pueblos hay un cartel que avisa educadamente: "Police roadblock". Estos controles suelen consistir en un tipo repanchingado en una silla de plástico a la sombra de algún árbol, con una cuerda en la mano que tirada a derechas mueve una barrera para abrirla, y tirada a izquierda mueve la misma para cerrarla. Como es imposible manejar ambos sentidos de la vía con una misma cuerda, cuando te aproximas al control y el policía de turno está sentado en el otro lado, abre la barrera del sentido contrario y te indica amablemente que te cambies de carril para seguir adelante.

Pero de cuando en cuando el madero se siente importante, o aburrido, o simplemente no muy bien remunerado por su gobierno. Y entonces te lo encuentras de pie en mitad de la carretera con gesto amenazador y brazo en alto indicándote que te pares en el terraplén para tener una charla.

- Buenas tardes, ¿me enseña su carné de conducir y su seguro? - Sí claro, cómo no, mire: aquí, aquí y esto es la carta de Craig que se supone que es la llave mágica a que usted me deje ir con una sonrisa. - Nonononono, vamos a ver, el seguro de Malawi. - Que sí, señor, mire, lea bien, que aquí dice... - Uuuuuuuy, bueno bueno me parece que vamos a tener que multarte, amiguete. - ¿Cómo? ¡Si tengo seguro! - Pero no de Malawi. - ¡Pero cubre en Malawi! Lo pone ahí bien claro, mira. - Vamos a ver, ¿sabes lo que pasa? que luego atropellas a uno de estos pobres campesinos, y le rompes una pierna, y el seguro este está en Sudáfrica, pero ¿cómo va el campesino a reclamar al seguro? ¿Eh? ¿Qué te crees, que va a coger su portátil a entrar a internet a www.tusegurosudafricano.com a reclamar? Noooo, hombre, aquí esta gente no tiene internet, nonono, aquí las cosas funcionan de otra manera y esta es la ley en Malawi, hombre de dios, a pagar tocan. Son 6.000 Chewakas, cada uno. - Joder colega, pero si somos dos, venga tírate el rollo, ¿no nos puedes hacer un descuento? ¿Cobrarnos 3.000 chewakas a cada uno? - Nonono porque tengo que daros recetas a cada uno, y la receta son 6.000. - Venga joder, si eres un tío majo, y mira, venimos desde muy lejos, y conducimos con mucho cuidado, además siempre puedes no darnos receta y hacer como que no nos has visto, ¿no? - (Risas) Bueno mira lo que vamos a hacer es que te pongo una receta por no llevar el distintivo, que son 1.500 chewakas, cada uno, y nos dais otros 1.500 chewakas para una fanta, ¿vale?

Me resulta increiblemente divertido que en África a los sobornos se les llama Fanta. No, no es una palabra en idioma africano, están hablando de las bebidas, las fantas. Es, digamos, un "bueno y me invitas a algo porque eres generoso, ¿verdad que sí? Porque si tú eres generoso yo puedo ser generoso también, y tan amigos..."

6.000 chewakas (13 pavos) más rico a nuestra costa, el ahora sonriente madero nos abre la barrerita de turno y nos desea buen viaje. Venía pensando que menudo cabrón todo el camino hasta que ahora acabo de calcular cuánto nos ha clavado. Que le aproveche y se atiborre de fanta a nuestra salud, la verdad.

Entre tanto madero (afortunadamente ninguno más suficientemente sediento como para levantarse de su silla) y tanto trajín de animales atiborrando la carretera (bípedos o cuadrúpedos) el tiempo se nos hace más y más corto, y llegamos al cruce de caminos que lleva a Monkey Bay, hacia el Este, o hacia el incierto Norte por la misma carretera por la que en 100 kilómetros no había ni un sólo guesthouse. Monkey Bay es 80 kilómetros, que habrá que volver a recorrer mañana de vuelta a este cruce. Adelante no tenemos ni papa.

- Vamos a ver monos.

La carretera rodea el extremo meridional del lago atravesando campos que arden en fogatas. Por alguna razón a lo largo de todo el país la gente quema campos constantemente, más o menos lejos de las carreteras, en aparente sinsentido. Esto de alguna manera explica la bruma que lo cubría todo al entrar al país, pero ciertamente nos deja con la intriga aún más grande de por qué cojones todo el mundo quema cosas. Parece que el duende tiene mucho trabajo por esta zona del mundo.

El sol empieza ya a acariciar las montañas y la luz va bajando en intensidad más deprisa de lo que nuestras motos comen kilómetros. Y por si esto fuera poco, mezclado con la bruma de las misteriosas fogatas, una nueva especie de peligro vivo invade la zona que cruzamos: una lluvia torrencial de mosquitos verdes se abalanzan sobre nosotros a cada metro que recorremos. Es absolutamente demencial, jamás creí que en un mismo sitio pudiera juntarse tanto insecto, incluso sin contar los que se estampan en el casco sólo de volar delante nuestro ya hacen difícil ver bien a estas alturas de la casi noche. Fieles a su naturaleza se lanzan kamikazes sobre la luz de los faros de la moto y el aire les empuja contra nuestras chaquetas y nuestros cascos, donde se convierten en papilla sobre papilla formando una película irregular de puntitos que poco a poco hacen que no veas un carajo. En un arranque de irracionalidad se me ocurre, desesperado, pasar un guante por un lado de la visera tratando de limpiarla de bichos. Error cotroso. Ahora el lado izquierdo de mi visera es un requero de papilla de mosquito arrastrada que hace totalmente imposible ver nada, incluso si fuera de día. Miro el cuentakilómetros. Aún quedan más de 40 así. Y la oscuridad creciendo.

Casi una hora de martirio después conseguimos llegar al cruce de caminos que marca Monkey Bay. Desesperados buscamos en el GPS el alojamiento más cercano. Norman's Cottage. A sólo 1,5 kilómetros. Tiramos siguiendo mapa y nos metemos por un camino de tierra que poco a poco se va convirtiendo en camino de arena suelta, pero para cuando nos damos cuenta estamos de lleno en ella. Casi incapaces de mantener el control de la dirección de la moto llegamos a un portón que nos indica que hemos llegado. Casi no podemos creerlo, la hostia puta lo que ha costado llegar aquí. Somos unos machotes. Machote, machote. Un señor mayor (blanco, por supuesto) con pinta de super majete se nos acerca y se presenta como Norman, y sin apenas darnos tiempo a preguntar al ver nuestras pintas se excusa diciendo que normalmente cobran una barbaridad para nuestro presupuesto, y que por lo tanto le digamos cuánto estaríamos dispuestos a pagar. Incómodos y extrañados con la pregunta le contamos lo que hemos pagado la noche anterior en Blantyre (la del precio que cambiaba cada vez que preguntabas) y Norman nos dice "oh bueno eso son como 50 dólares (cierto, pero por la habitación) y que vamos a llegar a un acuerdo: ellos cobran normalmente 130 USD por noche por persona (!!!!!!) así que nos va a cobrar 50 a cada uno y así estamos bien. La hostia puta. La próxima vez que leamos "Cottage" en el nombre de un alojamiento ya sabemos que es prohibitivo. Pero estamos agotados y no hay cojones a volver a salir a la nube de mosquitos, así que aceptamos. Norman nos dice que pensemos que sólo darnos de cenar y desayunar ya les va a costar casi esa cantidad. Aquí todo va incluido (aunque aún no lo sabemos). Bueno, algo es algo.

Norman nos ayuda a mover las motos enfrente de la casa (??) donde vamos a pasar la noche, y su mujer que aparece por allí nos dice que podemos dejar lo que queramos en las motos, aquí todo es tan seguro que la casa no tiene cerraduras. Así que llevamos las motos literalmente hasta la puerta de la casa y alucinados descubrimos que nuestra "habitación" para esta noche es una casa con dos camas dobles con mosquitera al más puro estilo repijo, con un salón con otros dos sofás-cama con mosquiteras también, y una puerta que sale a una ducha al aire libre, a la luz de las estrellas, sobre rocas. Acojonante. Norman nos dice que nos pongamos cómodos y cuando estemos listos nos acerquemos a tomar una cerveza. De alguna manera todo el mundo es un poco muy demasiado atento, y tenemos miedo a aceptar cualquier invitación con la idea de que tal vez nos cueste otros 50 pavos.

Cuando llegamos a la zona donde Norman y su mujer charlan animadamente con un reducido grupo se nos acerca todo tipo de sirvientes preguntando si queremos algo y anunciando que la cena estará lista en unos momentos. Norman insiste en que nos tomemos una cerveza, o un copazo, lo que queramos. Tímidamente nos excusamos y pedimos agua, y empezamos a mirar boquiabiertos todo el escenario.

Estamos en una tarima de madera techada con paja y erigida en la misma playa del lago, todo con velas y musiquita agradable de fondo. Norman y compañía departen en unos sofás super chulos con toda clase de bebidas alrededor. En la playa hay una alfombra de cáñamo que se extiende hasta la misma orilla del lago, donde unas escaleritas suben hasta una pasarela que entra casi 50 metros en el lago, hasta una plataforma con otro techo de paja, una mesa, banquetas y una luz. Y un barco. La imágen es acojonante desde la playa, pero andar por la pasarela hasta casi perder de vista la luz de las velas del "comedor", con el lago mansamente meciéndose debajo de nuestros pies a la luz de las (varias decenas de millones de) estrellas lo hace absolutamente insuperable. El cielo aquí es impresionante, la luna aún no ha despuntado y sólo hay estrellas y más estrellas. Y el tranquilizador murmullo del lago tranquilo en la noche.

Tras un rato flipando con el lugar nos volvemos al comedor porque llaman a cenar. Aquello es un buffet impresionante, donde todo está delicioso y por supuesto puedes repetir tanto como desees. Café, té, postres, bebidas... todo incluido. Ciertamente era verdad lo de que darnos de cenar ya les iba a costar esa pasta. A la mañana siguiente el desayuno es también de buffet y también todo incluido. El embarcadero resulta aún más hipnotizante y la vista desde la playa es sencillamente preciosa (como puedes ver en las fotos de facebook, que son públicas, así que incluso sin facebook puedes verlas).

Mauro aprovecha la mañana para afeitarse el melón y yo para proseguir con mi promesa de bañarme en cada mar que visite. "¡Pero esto es un lago!", podrías responderme. Bueno, es lo que tú crees, porque cuando estás alli delante del agua aquello es increiblemente enorme y no hay cojones a creer que se trate de un lago. De día incluso unas tímidas olas se pelean con la arena, y el horizonte se hunde irremisiblemente en el lago-mar allí al final del mundo. Decido andar todo el embarcadero y bañarme allí, para evitar andar los 50 metros con el agua por las rodillas, y al llegar al final me encuentro con un tipo con gorra de capitán subido al barco que me pregunta si me voy a apuntar al viaje de hoy, que van a hacer submarinismo a ver pececitos. ¿Cómo? Sí, sí, también está incluido en el precio. Pues ya me gustaría, pero el norte nos espera, así que vengo solo a darme un chapuzón y nos vamos.

Después de un rato remojandome en un mar de agua dulce me tumbo al sol a secarme y me quedo charlando con el capitán sobre la situación en Malawi. Es un hombre mayor, de unos 60 tacos (aunque con los negros es simpre mucho más difícil adivinar, podrían ser 80) y le pregunto por la transición a la independencia, los colonos británicos y cómo se vive ahora comparado con antes. Parece ser que Malawi se ha adaptado algo mejor que sus vecinos a la independencia, o tal vez no les putearan tanto en su día, el caso es que el hombre habla casi con nostalgia de los días coloniales. Quién sabe, quizá sea sólo que el vivía mejor antes que ahora. Entonces surge una conversación reveladora. Él me pregunta inocentemente:

- Y tú, ¿también viajas con tu mujer, como todos los blancos que vienen por aquí? - No, no, viajo con un colega, por diversión. -se ríe, con una mueca extraña-Venimos desde Sudáfrica, ¿has estado alguna vez allí? Ahora su risa es una carcajada sin mucho de divertido, pero con mucho de resignación. - No, hombre, no, yo no puedo viajar. - ¿Y eso? ¿No tienes pasaporte?

Su respuesta me pega una bofetada de realidad en la cara. Tercera lección de Malawi:

- No, hombre, qué va. Lo que pasa es que viajar es para gente con dinero. Yo nací aquí, y moriré aquí.

Me quedo sin palabras. De repente siento una mezcla de admiración y pena por este señor, que lleva aparentemente bien su situación, y también de vergüenza por ser tan jodidamente afortunado de poder estar haciendo esto. Durante un segundo pasan por mi memoria todas aquellas caras anónimas que al borde de la carretera lanzaban saludos, gritos para llamar nuestra atención pidiendo limosnas, o bolis, o dulces, o que les compremos algo. Pasan todos aquellos niños curioseando cuando me caí en Lesotho, con su trozo de carne del día entre los dientes. O aquella miríada de críos que apareció de la nada en Mozambique cuando paramos a hacernos fotos en el Trópico de Capricornio. Pasan los miles de mercaderes en los pueblos cerca de las fronteras. Pasa Gollum, pidiendome que le invite a una cerveza. Y pasan muchos más hasta detenerse de nuevo en la sonrisa resignada pero sincera del viejo capitán de barco que vivirá el resto de sus días sirviendo a tipos ricos que vienen a pasar un rato en el paraíso que es su cárcel.

La hora de zarpar llega y el ayudante del capitán llama a los ricos blanquitos a toque de corneta. Nos despedimos y el barco zarpa con mi vergüenza y mi respeto a bordo. Yo enfilo hacia la casa para recoger y poner las cosas en las motos. Sé que pagué y me despedí de Norman y su mujer, pero no lo recuerdo.

Sólo recuerdo que las ruedas de la moto nos llevaban rodeando el lago de nuevo, enfilando el camino del norte, mientras un cachito de mi se quedaba atrás, en aquél lago-mar, en un barco.

Hoy es un día triste

Mi viaje, al menos en mi cabeza, se ha interrumpido de cuajo hoy, cuando al bajar de la moto y encender el móvil me ha llegado un mensaje contándome (más vale tarde que nunca) que mi tía tiene cáncer.

Como una losa de plomo, la noticia me ha dejado fuera de juego y sin saber qué decir. Por suerte había terminado ya de conducir y estaba descargando equipaje en la habitación, porque el resto del día ha sido como si no existiera.

Mauro, tal vez por no saber cómo hablar en estas circunstancias, tal vez porque su mejor manera de tratar con ellas fuera precisamente así, ha permanecido callado a mi lado toda la tarde sin decir ni pío.

Muchas ideas han pasado por mi cabeza, la mayoría de ellas no saldrán de mi boca ni de mis teclas, y permanecerán para siempre en la oscuridad de mi memoria.

Pero una sí sale, una decisión de darle lo mejor que puedo ahora mismo. Dedicarle este viaje a mi tía, llevarla de la mano por allí donde vaya, traerla conmigo en la moto y transportarla al corazón de África con mis palabras y con todas las fotos que pueda enviarle.

Va por ti, tía Marisa. Deja que te lleve donde otros no se atreven. Vente conmigo.

Deja que te lleve de viaje.

viernes, 7 de junio de 2013

Malawi 2 - ¿Sí?...

Hay algo curioso en esto de cruzar fronteras por tierra. Siempre había tenido esa idea de que las fronteras son líneas artificiales sin ningún sentido que se trazan en un mapa de acuerdo a la voluntad de turno y los favores prometidos entre un par o varios generales de ejércitos de gobiernos en guerra, hasta cierto punto. Y el caso es que no sé si de manera natural o si como por efecto del paso de los años desde esa decisión caprichosa, todas las fronteras que he cruzado en este viaje han implicado un cambio más o menos radical de paisajes. Como si todo en cada lado de la frontera se empeñase en decir "Este es mi país, no el de al lado". O mejor aún, "Bienvenidos a Malawi".

Este es el caso de esta última frontera. De repente todo cambia, desde el color del verde, el tipo de vegetación y la forma de las montañas, hasta el color del cielo es diferente: los extensos valles que se abren ante nosotros mezclan un verde más vivo que en el lado mozambiqueño con arena rojiza arcillosa, y el cielo se difumina sobre ellos mezclado con el humo o la bruma que (aún) no sé de dónde viene. La carretera es mucho mejor que al otro lado también, tal como me prometieron los camioneros de la frontera. "No, en mozambique no hay carreteras, sólo buracos" me decían entre risas. Sin embargo el episodio de Gollum y el soborno de 50 pavos al de la frontera para Mauro nos ha robado tanto tiempo que casi sin darnos cuenta la noche nos aprieta el culo para llegar a Blantyre, aún a 200 kilómetros.

Rodamos tranquilos y a buen ritmo por primera vez casi desde Swaziland, parando apenas para echar un par de fotos a la puesta del sol, y aún así llegamos a Blantyre justo con los últimos destellos de luz, a salvo de las sorpresas desagradables que la carretera pueda plantarnos en el camino. Pudiera parecer una matada tirar así, pero la idea es encontrar a alguien que pueda arreglar la rueda, así que es como que importante llegar a Blantyre por la noche. La entrada a la ciudad es un poco coñazo, a través de los arrabales y serpenteando por calles abarrotadas de peña subiendo y bajando de vanettes que hacen las labores de minibuses, entre polvaredas de arena y faros deslumbrantes en dirección contraria, sin poder ver los baches que ponen para que no corras hasta que estás encima de ellos. Me tienta abrir la visera, lo que me permitiría ver qué tengo delante, pero cada vez que se me ocurre hacerlo una capa de arena se cuela en mis ojos jodiéndome más aún la misión.

Finalmente y tras un rato deambulando por hoteles y hostales de lo más variopinto (incluido uno super pijo donde Mauro estampó las maletas de su moto en el coche aparcado de una pija malhumorada) encontramos un sitio asequible. Mauro volvió de preguntar el precio diciendo que la habitación doble eran 1.400 chewakas. Pues sí que es asequible, sí... Mientras bajamos el equipaje a la habitación, cuya única pega es estar unas dos plantas abajo en la montaña por unas escaleras, comentamos lo ridículamente barato que es. 1.400 chewakas son unos 3.25 euros. Sí, seguro, ha dicho eso, y que el precio incluye desayuno. Joder, pues sí que es barato Malawi, sí.

Terminamos de desempaquetar y nos subimos de nuevo a las motos para ir a buscar algo de cena y a ser posible una botella de amarula. Segunda lección de Malawi: la gente aquí vive con el sol, y como tal, las 8 de la noche no son horas de andar cenando ni leches. El sol se muestra por estos lares sólo de 6 de la mañana a 6 de la tarde, y resulta casi imposible encontrar un restaurante. Es más, parece que en Blantyre hay unas 200 carnicerías, pero ningún restaurante a excepción del KFC. Cuando por fin encontramos un sitio donde cenar (riquísimo por cierto) caigo en la cuenta de un pequeño detalle... Dos platos y una ensalada a compartir, mas bebidas, la cuenta sale alrededor de los 20.000 chewakas. Mauro, massimo, carissimo, ¿tu estás totalmente seguro de que te han dicho 1.400 chewakas por la habitación? Sí, sí, absolutamente.

Déjame que te cuente algo sobre Mauro. Habla perfecto inglés (salvo alguna que otra cagada de pronunciación heredada del inglés de The Netcircle), por supuesto alemán (o suizo, que por más que se empeñen es prácticamente lo mismo) y chino. Y tiene un oído prodigioso para los idiomas. Pero como siempre ha estado expuesto a inglés decente y nunca ha estudiado inglés con famosos profesores como La Mosca en el Asunción Rincón, ni ha vivido en países donde el inglés macarrónico es norma de estilo, no está acostumbrado a los acentos de quienes no saben hablar inglés. Cuando entramos en Malawi vimos que el idioma oficial, aparte del Chewie (por diferenciar del Chewaka, la moneda, aunque oficialmente se llama Chichewa), es el Inglés. Pero como en casi todos sitios en África, hablan el inglés que les da la gana, o el que malamente pueden. El resultado es que Mauro a menudo oye lo que le sale del orto, más que lo que le dicen, y en multitud de situaciones tengo que traducirle porque no se entera.

Cenados emprendimos la infructuosa búsqueda de Amarula, que nos llevó a un episodio cuanto menos pintoresco al cruzarnos con un grupo de seguratas que custodiaban un super. Olvida tu imágen típica del Prosegur. Los seguratas aquí van en una furgoneta tipo "pick-up" modificada con asientos en la parte de carga para llevar a 8 seguratas a la vez, los asientos alineados en el centro en el sentido de la marcha y los seguratas mirando hacia los lados de la furgoneta. En la puerta de dicha furgoneta pone "Respuesta armada", y los seguratas llevan chaleco antibalas, casco de antidisturbios (roto) y fusiles (espero que rotos, también). Nos dicen que podemos encontrar amarula en nosequé sitio, que obviamente no conocemos, y se ofrecen a guiarnos. La furgo recoge a los OCHO seguratas y emprende la marcha rumbo a nisu. Nosotros les seguimos religiosamente mientras vemos como hacen risitas con la situación desde sus asientos de maderos chungos, y nos terminan llevando a un garitazo con más pinta de club de lumis que de bar o de tienda donde conseguir Amarula. Como no tienen, y además el sitio es caro de cojones, decidimos sustituir la Amarula por cerveza y tirar a la gasolinera que es la apuesta segura. Nos despedimos de nuestros seguratas majetes con fuscos pero majetes y tiramos millas para descubrir con tristeza que la única cerveza disponible en Malawi es la Carlsberg. Qué mierda. Pero como nada está perdido decido hacernos un favor y cambiar la idea de cerveza por kalimotxos, mezclados con vino sudafricano embotellado, que degustamos satisfactoriamente una vez de vuelta al hotel de 1.400 chewakas. Mientras nos terminamos el kalimotxo me encuentro un papel del menú que menciona el desayuno que según Mauro estaba incluido. El precio que aparece junto a la entrada del desayuno canta alegremente: 1.500 chewakas. Por ser tú. Sí, sí, absolutamente seguro...

A la mañana siguiente emprendemos la búsqueda de lugares donde arreglar la rueda. El señor Don Listo en Tete me comentó que había una tienda de Toyota que daba servicio a Yamaha, y me dió unas coordenadas de lo más aproximadas: Sí, ahí, tirando a Limbe, que es otra ciudad que con el tiempo se ha fusionado con Blantyre. Pero contra todo pronóstico las direcciones son suficientemente buenas y encontramos el sitio, si bien nos dicen que ahí no pueden hacer nada por nosotros, pero que si vamos a nosequé otro sitio seguramente puedan arreglarlo. Y así empieza nuestro particular periplo por Blantyre, al cual le falta una cámara acelerada y la música del Show de Benny Hill mientras recorremos las calles arriba y abajo en búsqueda de nuevos sitios con nombres indescifrables que no podemos entender y que resultan imposibles de deletrear. Así llegamos hasta una fábrica de aceros y metales en la que el señor Gárgamel, en forma de tipo grande y gordo con un acentazo incomprensible nos cuenta que sus "chicos" no van a ser capaces de hacer nada a derechas con semejante desperfecto y que mejor vayamos a otra fábrica que él conoce y que está aquí al lado. Mira sí, es fácil, tú sales de aquí a la derecha, ¿sí?, a la calle principal, ¿sí?, y giras a la derecha. Ah, sí mira, si tengo un mapa -le digo señalando al google maps- y puedo mirarlo, ¿cómo dices que se llama la calle?. Su respuesta merece un párrafo aparte:

Déjate de mariconadas de mapas y escúchame bien. Calle principal, ¿sí?, derecha, ¿sí?, pasas la vía del tren y en la primera, escúchame bien, en la primera calle, ¿sí?, en la primera que te encuentras, giras otra vez a la derecha, ¿sí?, y sigues todo recto, ¿sí?, hasta encontrarte con un cruce en forma de T, ¿sí?, ¿me escuchas bien?, pues en ese cruce giras otra vez a la derecha, ¿sí?, y una vez hayas girado a la derecha, ¿me sigues?, en la primera calle que encuentras, giras otra vez, ¿sí?, pero esta vez ¡a la izquierda!, ¿sí?, ¿está claro?, a la izquierda, ¿eh?, y ahí otra vez sigues todo recto hasta encontrar otro cruce en forma de T, ¿sí?, y en ese giras ¡otra vez a la derecha!, ¿sí?, y ahí nada más girar encontrarás un cartel bien grande, no tiene pérdida, ¿sí?, pone bien grande, "Nófreus". - Perdona, ¿pone qué? -Escúchame bien, es imposible no verlo, ¿sí?, bien grande lo pone, ¿sí?, ahí a la izquierda al fondo de un camino de arena, ¿sí?, clarísimo, imposible no verlo, ¿sí?, "Nófreus". ¿Te queda claro?. Y ahí preguntas por Jason.

Creo que me perdí en el segundo "¿sí?".

Con cara de panoli miro a Mauro y le digo "creo que sabremos encontrarlo, muchas gracias". El tipo replica de nuevo "¡Está tirado! Iziquierda, izquierda, izquierda, derecha, izquierda, ¿sí?". Conteniendo la risa y tratando de no imaginar que el tipo estaba cantándome La Yenka de Enrique y Ana salimos del esperpéntico lugar mientras el guarda (por supuesto) negro se nos cuadra a lo saludo militar despidiéndose de nosotros con un "¡Señor! ¡Gracias por su visita, señor!".

Media hora más tarde y tras preguntar por Jason en sitios aleatorios como si fueramos Stanley en busca del Doctor Livingstone volvíamos a la fábrica de Gárgamel con la sonrisa torcida excusando nuestra torpeza con las instrucciones, dispuestos a aguantar otra retahila de "¿sí?"s a cambio de un nuevo discurso de instrucciones que esclarecieran dónde cojones estaba Nófreus. Suerte la nuestra, esta vez junto a Gárgamel había otro par de colegas blanquitos que además de hablar más claro parecían mas sensibles con la tecnología y pensaban que mirando el mapa podríamos encontrar Nófreus Engineering mucho mejor. Mientras Gárgamel dibujaba torpemente un mapa en un cacho de papel para Mauro, el amigo de los mapas miraba conmigo el google maps en busca del Nófreus perdido, dándome por fin una dirección aproximada que tenía buena pinta, y que de alguna manera cuadraba con el Izquierda, Izquierda, Izquierda, Derecha, Izquierda. Y para allá que tiramos despidiendonos de Gárgamel no sin antes recibir del mismo una nueva retahila de instrucciones invitándonos a ir por la noche a nosequé bar super famoso, no tiene pérdida, donde todos los moteros de blantyre van, y que es baratísimo, y que es facilísimo llegar. Mira, sólo tienes que salir de aquí a la derecha, entonces derecha, entonces pasas la parada de autobús donde verás millones de taxis, y ahí preguntas por el "Dúdles". No tiene pérdida. Clarísimo, vamos. Y esta vez dame las gracias por ahorrarte todos los "¿sí?". Abandonamos el lugar por fin con un nuevo saludo marcial, y un rato después encontramos la guarida secreta de Jason. "Non Ferrous Engineering". Cojones.

Jason es un tipo majete, con pinta de saber de lo que habla, escoltado por Paulo, que parece el ingeniero jefe y que tiene una cara de portugués que no se tiene de pie. En el aparcamiento de la guarida secreta de Jason hay otra moto, que siempre te da un puntito de esperanza de que sabrán arreglar el problema. Después de mucho mirar, de mucho más charlar, y de curiosear sobre de dónde venimos y tal, Jason reune a su soldador que decide que puede hacerlo, y al tipo que está arreglando la moto de su sobrino que dice que no hay problema en desmontar la rueda. Con una sonrisa perenne, Jason nos dice que puede arreglarlo y que nos va a costar 25.000 chewakas. Si alguien está leyendo esto y ha tenido un desperfecto similar en una rueda en España, que se prepare a tirarse de los pelos. 25.000 chewakas son 58 euros. Venga, dale Jason, toda tuya. Eeeestoooo, ¿y para cuándo dices que podrías tenerla? Porque teníamos como que prisa, a ver si podíamos salir cuanto antes, a ser posible hoy. Pues esto para el Lunes. Es que claro, hoy es Viernes, y mañana el soldador no trabaja. Sonrisa enorme en su parte de la imagen. Bocas abiertas exclamando algún taco en la nuestra. Cojones, que el mundo normal tiene fines de semana que significan algo más que emborracharse, de hecho no trabajan en fin de semana. Mierda. Y digo yo, Jason, ¿no podríamos llegar a un acuerdo y pagar algo más y trabajais el sábado?. Bueno mira deja que hable con mi soldador y me asegure de que puede trabajar mañana, porque yo el fin de semana pensaba meterle mano a la moto de mi sobrino, pero bueno, puedo echaros un cable.

Finalmente Jason, el hombre que sonreía todo el rato, nos asegura que estará mañana y nos dice dónde podemos encontrar Amarula seguro de verdad de la buena. El resto del día pasaría buscando amarula, encontrando amarula, bebiendo amarula, y comprando saldo para intentar subir fotos y volviendo al hotel a decirles que nos quedabamos una noche más. Por cierto ya que estamos hablando de esto, ¿me podría usted decir cuánto es la habitación? Es que mi amigo me ha dicho algo que no creo que pueda ser. Sí, por supuesto, no faltaba más, la habitación son 18.000 chewakas por día. Sin comentarios.

A todo esto era rarísimo ir de paquete en la moto, y a Mauro no le hace mucha gracia llevar un tío de paquete y cada vez que pegaba un acelerón y casi me tiraba de la moto, mis piernas intentaban agarrarse y accidentalmente tocaban las suyas lo que me garantizaba un manotazo como diciendo quita bicho. Así en resumen, otra demostración más de que no me gusta mucho ir de paquete con Mauro conduciendo.

Al día siguiente nos encontramos con Jason que había traido la moto al hotel (después de ir hasta su guarida secreta a buscarla), y vemos que el resultado es impecable, no hay manera de adivinar dónde quedaba el llantazo. Jason Con una (sí, por supuesto) sonrisa tan grande como sospechosamente perenne el artista nos cobra y nos dice que ha traido la moto hasta aquí para probarla y que la rueda ha quedado estupenda y que ni baila ni nada.

Es la una y media. Hay 300 kilómetros hasta Monkey Bay, destino final de la segunda etapa de la Ruta Craig. El sol se pone a las cinco. ¿Crees que podremos llegar? No sé, pero creo que no quiero quedarme otro día en este sitio. Venga. Y empacamos a toda prisa y pagamos la habitación. 16.000 chewakas por noche. ¿Mande?

El Lago Malawi nos espera. Arranca y tira. Es facilísimo llegar, allí donde hay mucha agua, no tiene pérdida, ¿sí?.

jueves, 6 de junio de 2013

Malawi 1 - ¡Si se puede!

Me levanté bien prontito intentando buscar alguna tienda de repuestos para ver si podía explicar en mi cutre portuñol qué pasaba con la moto y qué necesitaba arreglar. Mi primera parada fue una tienduca de repuestos que habíamos visto la noche anterior, donde vendían motos chinas que llegaban desmontadas en cajas.

El tipo me escuchó pacientemente y me dijo que él no podía hacer nada pero que esperase, a ver qué le decía su amigo. Después de dos o tres llamadas apareció otro tipo que me dijo que le siguiera que él me llevaría a quien podía arreglarlo. Detrás de una gasolinera, en un terraplén, allí tenía un tipo al que por comodidad llamaré Don Gordo su taller de destripado de motos. El bueno de Don Gordo me contaba cómo él mismo era motero y cómo había viajado por toda África en su BMW que ahora yacía entre polvo y otras chatarras. Al ver el desaguisado del llantazo, Don Gordo se armó de valor y dijo que podía arreglarlo a la manera que sólo los grandes cerebros saben: a golpes.

Don Gordo ordenó a uno de sus secuaces que cortase un taco de madera para ponerlo debajo de una maza de acero y amortiguar a la que le daban un mazazo. ¿Pero qué cojones haces? Estás loco chaval, que esto es aluminio, que así lo más que vas a hacer es cargártelo, además que cojones, tienes la rueda hinchada, con presión, como le des otra vez te vas a cargar la suspensión, la barra, la llanta, la goma, la cámara y como te desvíes un poco el freno también. Así que me puse a argumentar en portuñol todo esto con Don Gordo, el cual seguía erre que erre que a base de martillo podía arreglarlo, que sólo necesitaba meterle más ángulo.

Por suerte pasó por allí Don Listo, amigo del alma de Don Gordo, y algo más inteligente que una maza de acero. Pacientemente le explicó en Portugués perfecto por qué una llanta de acero no se puede arreglar así, y que necesita una máquina. También tuvo el detalle de llamar a otro amigo suyo que no estaba en Tete, sino en Maputo, pero que le explicó que la mejor alternativa que teníamos era ir a Malawi, a Blantyre, capital industrial del sur del país, donde encontraríamos una Yamaha (bueno, una Toyota que se encarga de Yamaha) y gente con máquinas que podían arreglar esto. Así que tras un poco más de barrila con Don Gordo, que lo único que quería de verdad era cháchara, conseguí poner la moto a salvo de salvajadas y con un apretón de manos y otro de acelerador salir corriendo de allí.

Y así que tiramos para el norte, objetivo Malawi (no Birmania), con la incógnita de qué pasaría con Mauro en la frontera, porque se supone que a los suizos no les dan visado en llegada. Se supone.

En un abrir y cerrar de ojos estábamos en la frontera. Tete está literalmente al ladito, así que no era mucho. Pero ya habíamos salido tarde con el empecinamiento de Don Gordo, y incluso si pasábamos la frontera nos quedaban más de 230 kilómetros hasta Blantyre. Y no había nada reconocible por medio.

El lado mozambicano de la frontera no fue problema para ninguno de los dos, ya sólo quedaba ver qué pasaba del otro lado. Cruzamos la tierra de nadie y llegamos a Mwanza (curiosamente mismo nombre que la ciudad portuaria de Tanzania en el lago Victoria), donde nos recibió la típica horda de conseguidores. Amigo, amigo, rastamán, te vendo kwachas, que en Malawi los Meticales no valen ni pa limpiarse el culo, barato barato, buen cambio. Amigo amigo, que te ayudo a tramitar los papeles, mira sigueme que tienes que hacer esto y aquello y mejor deja que te relleno yo los papeles... ¡¡¡Qué coñazo!!! Y por supuesto el cuento de "bueno y cuando hayas terminado necesitas seguro, que aquí te vendemos bien baratito". Que no, que no quiero nada, que me dejéis en paz.

Mauro tiró a ver qué le decían los agentes de inmigración, y yo me quedé charlando con la horda de conseguidores, intentando que se aburrieran de mí y le dedicaran tiempo a alguien distinto. Hay que ver la cantidad de amigos que haces en África siendo blanco y teniendo rastas.

Al cabo de un rato Mauro volvió diciendo que le habían dado una visa de 7 días por 50 dólares, pero que no sabía si le había sobornado o no. ¡¡¡Cojonudo!!! Pues voy yo y a ver si podemos cruzar pronto. Conmigo se vino, cómo no, el camuñas borracho del grupo de conseguidores. Si es que tengo un imán para este tipo de engendros, ¡¡¡siempre vienen a mí!!! Inmigración, no problemo, aquí tienes tu estampita, como eres español no pasa nada tienes para 30 días pero te damos una semana porque vas en tránsito a Tanzania. Pos vale, si a Mauro le han dado lo mismo, me da igual que me den más. Ole, una menos.

El conseguidor me sigue como Gollum a Frodo, me sisea al oído y me dice, por aquí, por aquí, ahora tenemos que hacer las aduanas, ssssí mi amo, aduanas, sí tenemos que hacer, sssssi. Se empeña en toquetear todos mis papeles, en hablar por mí con los oficiales, que hablan inglés perfectamente, y yo en cada ventanilla le bufo a Gollum diciendo que me deje hacer el papeleo a mi. Me suelta la cantinela del seguro, que sí pesao, que sí, que me dejes en paz que no me hace falta seguro. Es increíble, vayas donde vayas, si cruzas una frontera por tierra, SIEMPRE te sueltan la misma frasecita. Es como si todos fueran a la Universidad de Merodeadores de Fronteras. Debe ser online y multi-idioma, porque da igual de dónde vengan siempre te la sueltan igual. En fin, que entre gritos a Gollum consigo todos mis papeles y vuelvo a donde Mauro espera con las motos para contarle lo que tiene que hacer para aduanas. Le digo a Gollum que yo le explico a Mauro como se hace y que no tiene que seguirle, y me obedece y se queda cerca de donde estoy yo, controlando cada uno de mis movimientos y repitiendo de cuando en cuando su nombre, que no recuerdo porque para mí es como si estuviera diciendo ¡GOLLUM! ¡GOLLUM!

Afortunadamente Gollum cede a mis ladridos y se aleja un rato, aunque me temo que se va a "ayudar" a Mauro. Mientras tanto un grupo de camioneros mozambicanos, capitaneados por uno que no puede tener más cara de portugués a pesar de negarlo y de reclamar su ascendencia y nacionalidad Mozambicanas, se acercan curioseando las motos y comentando entre ellas sobre aspectos técnicos de las mismas. En un alarde me lanzo a disfrutar de mi último ratito de gloria portuñolera y me engancho en una conversación sobre las motos, sobre nuestro viaje, y sobre las carreteras que nos hemos comido (literalmente) y las que nos esperan. Los tipos me dan una buena ristra de buenos consejos y tras una agradable charla se despiden deseando un buen viaje y haciendo más comentarios sobre las motos a la que Mauro vuelve con todos sus papeles.

Gollum, como era de esperar, viene pegado al culo de Mauro y empieza a pedirme que le invite a una cerveza o algo, que joder, que si rastamán que si somos hermanos, que si te he ayudado y has abusado de mi ayuda (en realidad él quería decir "usado mi ayuda", pero bueno). Y a mí, que soy incapaz de dejar de ver en él al pobre diablo de Gollum, me da lástima y decido que lo que puedo hacer es cambiarle mis meticales por chewakas (nombre ficticio que a partir de este momento le asigno a la moneda de Malawi, los Kwachas). Venga te doy un cambio de 4,1. Pero tronco que mira el cambio oficial está a 5, no me jodas. Ya pero es que aquí es lo que te puedo dar. Bueno pues tendrás que darme un poco más, ¿qué te parece 4,5?

Y en ese momento mis ojos reparan en la sombra de Sauron, que lleva siguiendo a Gollum a cada paso que ha dado desde hace una hora, en silencio, sigiloso, consiguiendo pasar desapercibido entre la muchedumbre pero sin quitarle el ojo de encima a Gollum. Le veo porque Gollum se gira dubitativo tratando de saber si es un trato aceptable o no. Sauron menea apenas un milímetro su cabeza de arriba a abajo, y Gollum vuelve a sonreirme y me dice "Venga vale".

Primera lección de Malawi, la gran mayoría de conseguidores de frontera son ni más ni menos que mano de obra barata para algunos pocos que mueven el cotarro. Los podrás diferenciar (a los de obra barata, digo) porque generalmente apestan a alcohol. Y si ando cerca, también porque se me pegarán como una lapa.

Le doy mis 4.200 meticales y Gollum se pone a maquinar con su cabecita maltrecha intentando adivinar, que no calcular, cuánto me tiene que dar. Tras unos segundos y con un chasquido de resignación se vuelve de nuevo hacia su amo que le responde en un idioma que no reconozco la cifra correcta. Y me entrega mis Chewakas calculados por el Señor Sauron que todo lo controla.

Con pena de saber que el pobre Gollum sólo se llevará de esto una cerveza más mientras el margen del cambio se lo embolsa el Señor Sauron, nos despedimos con choques de puños y consignas rastafarianas, one love y todo eso, y nos giramos para pasar el último control de policía antes de que nos levanten la barrera.

"Pueden pasar, buen viaje."

Ya está. Otro imposible superado. Estamos en Malawi.

Rant-post: Motherfuckers

Disclaimer:  this rant-post is extremely not recommended for anyone with any kind of affiliation to church, being it of any kind, model, color or faith. So if you count yourself into any of the aforementioned groups, better don't read any further or either eat this.

Motherfuckers. Sons of bitches. Reckless bastards. The more I travel through Africa the more I hate you. You fooled me good, right? Not just me, you fooled us all, all those naive idiots who used to go every Sunday morning to the church. Every Sunday that basket, with the sermon asking for "Help the impoverished kids in Africa". Poor kids those in Africa. Yeah, right.

Well that was long time ago, so long as I don't step on your brainwashing centres. But it wasn't until now that I had the chance to travel through this, your sandbox, where you did send so many donations. What exactly did your lies do for those poor kids in Africa?

Each and every country that I lay my feet on, specially the poorest ones, are PACKED with religious schools. In Malawi it was a constant, every single village had at least 2 or 3 of those. Of course here everyone wants his piece of heaven, so we have Baptists, Evangelists, Catholics, Protestants... even Adventist of the seventh day (wtf?)...

Anybody could read up till here and get mad and ask me, "So what exactly is wrong in all of this?". Nothing, there is nothing wrong. But there's nothing right either. Years worth of donations from all around the world to "help" those poor black kids have just created a full generation of illiterate uneducated kids (and not-so-long-kids), who can't add or subtract when they give you a price, not to mention about converting currencies and multiplications. But nevertheless, EVERY FUCKING EACH car in Malawi, Mozambique and Tanzania are packed with stickers carrying messages like "Only God can Judg me" (no, it's not my typo), or "Onle one God", or praises to the creator like that. But as you read, half of them are mispelled.

Every time I see one of these schools I get pissed. Kids still have absolutely nothing to do or hope for, still can't do a damn fucking thing on their own and still can't read or write. But they certainly do know who they should pray for a favourable harvest season.

And while this thought crosses my mind, there is always the same song in my helmet. From Reincidentes. The lyric goes something like...

"You protected our ruin, you protected oppression, you protected your money, you protected the biggest bastard. I just hope for seeing you in front of the firing line one day, never pay for my existence, never ask for forgiveness".

Go to hell.

Cabreipost: Cabrones

Advertencia previa: este post está altamente no recomendado para todos aquellos con algún tipo de afección por la iglesia, de cualquier marca, color o confesión. Así que si te incluyes en ese grupo, mejor no leas, o jódete y baila.

Cabrones. Hijos de puta. Malnacidos del copón. Cuanto más viajo por la "África pobre" más me cabreo con vosotros. Cómo me engañasteis, ¿eh? No sólo a mi, nos engañasteis a todos, a todos los inocentes que como borreguitos íbamos a vuestra iglesia los domingos por la mañana. Cada domingo pasando ese "cepillo" con la homilía repicando "ayuda para los niños del África". Pobrecitos los niños del África. Sí, ¿verdad?

Bien, de eso hace muchos años, y tantos ha ya que no piso vuestras escuelas de lavado de cerebro. Pero no ha sido hasta ahora que he tenido ocasión de pasearme por este, vuestro parque de recreo, donde tantos donativos habéis enviado. ¿Qué es lo que aquellas mentiras han hecho por los pobres niños del África?

Cada país que piso, cuanto más pobre más aún, está LLENITO de escuelas religiosas. En Malawi era constante, cada aldea tiene al menos dos o tres. Porque esto es como en la administración pública, aquí pinchamos todos. Escuelas baptistas, escuelas evangelistas, escuelas católicas, escuelas protestantes... escuelas del advenimiento del séptimo día (¿¿¿???)...

Cualquiera podría leer hasta aquí y rebotarse conmigo y decirme "¿Pero bueno, y eso qué tiene de malo?". Nada, si de malo no tiene nada. Pero de bueno tampoco. Años de donativos de todo el mundo para "ayudar" a los pobres niños negritos han creado una generación completa de niños (y ya no tan niños) absolutamente analfabetos, que no saben sumar ni restar cuando te dan precios, no digamos ya multiplicar para decirte cuánto es el precio en otra moneda. Eso sí, TODOS los putos coches de Malawi, de Mozambique y de Tanzania están repletos de mensajitos en pegatinas que dicen "Sólo Dios puede juzgarme", o "Un único Dios", o loas al altísimo por el estilo. Eso sí, la mitad de ellas con faltas de ortografía.

Cada vez que veo una de esas escuelas, me cabreo. Los niños siguen sin tener nada que hacer en absoluto, siguen sin saber hacer la o con un canuto y siguen sin saber sumar ni escribir. Pero ya saben a quién tienen que rendir pleitesía.

Y mientras pienso eso en el casco sólo suena una canción. De Reincidentes. La letra decía...

"Defendiste nuestra ruina, defendiste la opresión, defendiste tu dinero, defendiste al más cabrón. Sólo espero algún día veros en el paredón, no pagar por mi existencia, no pedir nunca perdón".

Iros al infierno.