jueves, 13 de junio de 2013

Malawi 4 - Tienes un problema, majete.

La ruta al norte nos llevaba constantemente pegados al mar, digo al lago, primero esquivando montañas que se bajan a dar un bañito como nosotros, después constante al ras del lago, con una fina linea de playa, y luego separándose poco a poco hacia la montaña. La carretera, en buen estado en general pero siempre atiborrada de gente, sólo se atrevió a quedarse vacía en una pequeña porción que atravesaba la reserva de vida salvaje de Nkhotakota. Para aquellos que entiendan (pocas palabras hacen falta) no pude parar de cantar "In kota, kota kinabalu...". Bromas personales aparte, pocos kilómetros más allá la noche nos aprieta el culo y decididos a no pasar por lo mismo que el día anterior buscamos pronto en el GPS algún sitio donde poder parar. El Garmin nos dirige a Ngala Beach Lodge, otro apartado paraíso a pie de lago construido en plan pijo con cabañas y todo decorado al estilo colonial, regentado por una pareja de Sudafricanos (blanquitos, por supuesto) que tienen a 20 tipos haciéndolo todo mientras ellos charlan con los visitantes. De nuevo el precio de la cabaña es prohibitivo, pero este sitio tiene una zona de camping, justo delante de la playa, por sólo 5 (usa)pavos la noche. Ni nos lo pensamos.

La diferencia abismal entre este sitio y el de Norman es que aquí nada está incluido, y terminas pagando un cojón de pato más. Los clientes son todos blancos, sudafricanos o namibios (Boer, en cualquier caso) y más bien entraditos en años. El garito en cualquier caso es también paradisiaco, pero después de ayer se antoja un poco "meh". La playa sin embargo nos brinda otra noche de millones de estrellas intentando comprobar si es posible ver satélites entre ellas. De momento no he podido convencer a Mauro de que se pueden ver, pero el espectáculo es sencillamente impresionante. Cuando ves tantas estrellas sobre tu cabeza te preguntas, primero, cómo podemos ser tan jodidamente pequeñitos en el universo, y segundo, cómo es posible que vivir en la ciudad nos deniegue este impresionante espectáculo. Tratamos de averiguar también si los puntos que vemos al fondo en el horizonte serán pueblos en la orilla Mozambicana del lago (que allí llaman Nyassa, no Malawi) y como suele ocurrir con Mauro en estas preguntas empezamos a hacer cálculos de a cuánta distancia puede estar el horizonte. Sin respuestas concluyentes asumimos que los brillos que despuntan al horizonte deben pertenecer a ciudades de Mozambique o a gente quemando cosas al otro lado del lago, pero definitivamente desde aquí Mozambique no se ve, así que emplazamos a la mañana siguiente comprobar si el horizonte nos da para ver que esto es un lago o no.

El día despunta pronto aquí, y antes de las 6 estoy de pie para ver un nuevo amanecer. Es extraño repetir la experiencia de Malawi pero aún así ver el sol despuntando sobre el mar-lago. Digan lo que digan los dueños del garito, el otro lado no se ve y queda probado por el sol despuntando sobre el agua, con lo que también damos una respuesta aproximada a la pregunta de a qué distancia está el horizonte. No más de los 75 kilómetros de ancho que tiene el lago en esta parte.

Tras otra nueva mañana viendo el sol despertarse de su letargo una serie de ruidos extraños me saca de mi particular embobamiento, cuando los árboles a mi espalda se empiezan a menear y caen del cielo cosas que sólo un rato después consigo identificar como frutas a medio morder. Mirando bien entre las ramas encuentro a los primos de Rafita, los monos, que están en su ciclo mañanero de buscar comida por esta zona. Al parecer acostumbran a bajar a la playa por las mañanas a beber agua, pillar fruta y a ser posible algo que los campistas se hayan dejado imprudentemente fuera de las tiendas de campaña.

Sin mucho más que hacer por aquí. y con los monos ya alejados de nuestras tiendas, recogemos todo y repetimos la misma rutina de cada mañana, que se ha convertido en automática, de cargar las motos pacientemente, colocando cada día un poco mejor que el anterior todas las cosas. Es curioso como siendo la misma cantidad de equipaje, cada día todo cabe un poco mejor.

Salimos de nuevo prontito, con la misión de llegar a la frontera, o lo más cerca posible de ella, al acabar el día. Son casi 400 kilómetros pero creemos que podemos con ello. La carretera se pasea pegadita al mar durante un montón de tiempo, paseando junto a poblados de pescadores, pobres a rabiar, donde manadas de niños se nos acercan pidiendo de nuevo, como en una cantinela, su dinero, sus dulces, o sus bolígrafos. Es una mezcla tragicómica cuando te dicen "dame mi dinero" sin ninguna vergüenza, muy probablemente no sabiendo bien qué hostias están diciendo, pero conscientes de que en alguna ocasión les ha funcionado. Obviamente si les dieramos algo de pasta no sabrían ni qué hacer con ella, y más parece que están intentando que les des algo antes de partir en tu nave espacial y volver de nuevo a su paupérrima existencia a orillas de uno de los paraísos naturales más bonitos que he visto nunca.

Poco a poco el camino nos aleja de la costa para subir a toda hostia por las montañas, hacia la reserva forestal de Kaningina, antes de llegar a Chinteche. Mauro siempre dice que en español todo suena gracioso, pero no me jodas, ¿Chinteche? En fin, en un pis-pas pasamos de 500 metros de altitud a 1000 por una carretera revirada entre montañas, de esas que siempre que parece que has llegado a un punto llano te das cuenta de que sigue subiendo. Ahora con el GPS es fácil saber la altitud exacta, pero ciertamente se nota a saco cuando empieza a hacer frío encima de la moto. La carretera, tan divertida como retorcida, está por fin limpia (relativamente) de gente, pero repleta de monos y de camiones. Los unos (los últimos), tratando desesperadamente de no quemar los frenos y las cajas de cambios. Los otros (los primeros) mirando indiferentes el espectáculo de coches y camiones que pasan por lo que seguramente consideran su casa. Imagina que en tu salón de repente llega un animal grande, y sin pedir permiso ni nada tira una pista de alquitrán y horada montañas para que la pista no se bloquee. Y tú ahí con cara de panoli viendo que por la pista pasan constantemente máquinas rugiendo que unas veces huelen a quemado y otras veces tiran comida. ¡Comida gratis! Y ahí te repanchingas, a mirar el mundo pasar sobre ruedas, sin inmutarte por el ruido y los humos, con curioso interés por aquellos (pocos) bípedos que se paran para apuntarte con máquinas, comentar sobre la foto, y desaparecer en la distancia. Visto así tiene que ser cuanto menos entretenido.

Pasado Chinteche la carretera se separa una vez más del lago, hacia Mzuzu y Livingstonia (aunque no llegaríamos a ir allí). Si antes subimos hasta los 1000 metros ahora escalamos hasta los 1800, cruzando de cresta en cresta con la vista del lago oculta entre tanto pico, y con aún más curvas que antes. La bajada, sin embargo, es mucho más pronunciada, descendiendo los últimos 1300 metros de nuevo hasta el lago en apenas 7 kilómetros. Las curvas, casi esquinas, están salpicadas aquí y allá por camiones que se paran a intentar enfriar los frenos antes de caer despeñados ladera abajo. Las vistas en cada curva se van haciendo más y más impresionantes según llegamos de vuelta al mar-lago, pero aún sin rastro de Mozambique en la distancia. Y tras rozar de nuevo las playas, enfilamos una recta casi continua que nos lleva hasta Karonga, última ciudad grande antes de la frontera, donde paramos a hacer noche para cruzar al día siguiente temprano.

Cuando por la mañana del quinto día en Malawi enfilamos hacia la frontera, una serie de controles de policía salpican el camino, con pinta de más serios que los que habíamos visto hasta ahora, hasta llegar a uno donde nos piden no el carnet de conducir y el seguro, sino los pasaportes. Cómo no, aquí tiene. Y entonces la tipa pone cara rara, dice algo en chewie a su compañero, y se dirige con cara seria de nuevo a mi.

Retrocedamos en el tiempo, 5 días atrás. Recordarás aquél tipo en la frontera que por un desinteresado souvenir con cara de presidente americano permitió a Mauro entrar a pesar de no tener visado. Recordarás también cómo me dijo "claro, no hay problema, aquí tienes, por ser español 30 días". Hijo puta.

- Señor (odio cuando me tratan así, aunque en inglés no suena tan mal), tiene usted un problema: ha sobrepasado la estancia permitida en su visado. - ¿¿¿Cómo??? ¡Pero si en la frontera me dieron 30 días! - No señor, le dieron 3 días. Hijo de puta. - Pero vamos a ver, ¿Cómo voy a cruzar Malawi en 3 días? Además, si a mi colega le han dado 7 y venimos juntos, ¿por qué me iban a dar 3 a mi? - Pues no lo sé (ni me importa) pero tienes un problema, majete.

La tipa duda y al final tras más cháchara chewie me deja marchar con un agorero "Tendrás que lidiar con ello en la frontera". Sin tener muy claro qué hacer seguimos adelante con la duda de si terminaré en una carcel chewaka por culpa de un cabrón en la frontera de Mwanza, a quien imagino en estos momentos riendo malévolamente mientras se abanica con su recuerdo de los USA, y considerando (sin ir a más) la posibilidad de falsear el numerito, garabateado a mano en una grafía indescifrable. Descartamos la opción porque creemos que sólo nos iba a dar más posibilidades de terminar en chirona, y llegamos por fin a la frontera en Songwe. Con una sonrisilla nerviosa me paro a declarar al mundo en Foursquare que estoy aquí. Encuentro un comentario que dice que más te vale preparar un billete dentro de tu pasaporte porque los agentes de fronteras te intentarán multar por cualquier cosa.

¿Conseguiré cruzar sin problemas?

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