martes, 18 de junio de 2013

Tanzania rumbo al norte (2) - Un paseo entre baobabs

Mbeya no lo parece, pero está en las montañas. A 1700 metros sobre el mar, las noches se convierten en frías de cojones. Así que la noche en camping nos dejó un poco fríos, como aquel que dice. No contentos con el frío, los constantes cánticos a Alá desde la mezquita situada a 5 metros de nuestras tiendas de campaña tampoco ayudaban a descansar, con lo que por más que intentamos no pudimos levantarnos pronto. El mapa nos mostraba poco más que nada entre Iringa, la siguiente ciudad, y Morogoro, situada en un parque natural. La apuesta era inicialmente llegar a Morogoro, pero levantándose tarde era poco probable. Iringa pues.

El camino parecía más bien tedioso, una línea casi perfectamente recta en el mapa y un cojón y medio de camiones. Lo malo que tiene Tanzania es que apenas tiene carreteras asfaltadas, y parece ser que lo de usar el tren para transporte de mercancías no se les ha ocurrido. Combina eso con el puerto más importante de la zona en Dar Es Salaam y tienes como resultado un chorro de camiones por la carretera. Constante. Así empezó nuestro día, a 40 por hora detrás de camiones humeantes.

El asfalto tiene algo curioso: cuando varios miles de camiones le pasan por encima cada semana, se empieza a deformar como si fuera arena. Seguro que alguna vez has visto carreteras con marcas de ruedas de camión ligeramente hundidas en el asfalto, ¿verdad? Bueno pues eso no es nada. Las marcas de camiones en la carretera hacia Dar Es Salaam levantan capas de asfalto a cada lado como si aquello fuera mantequilla. El resultado es un que mi carril se convierte en realidad en dos carriles por los que la moto se mueve como si de un scalextrix se tratase. No hay huevos a salir de esos surcos porque el reborde está levantado y llega casi hasta las estriberas de la moto. No es coña. En esas circunstancias adelantar se convierte en algo no temerario, sino odiséico. Lo curioso de este fenómeno es que sucede increíblemente mucho más en las cuestas arriba que en las cuestas abajo, así que la situación más peligrosa se da cuando adelantas a un camión cuesta abajo y de repente al entrar en el carril contrario te cuelas en una de estas roderas y no hay cojones a volver a tu carril. Divertidísimo.

Unos kilómetros más allá de Mbeya, como si por arte de magia se tratase, la mitad de los camiones desaparecen. De repente el asfalto es mucho mejor, la carretera es totalmente recta y apenas hay tráfico. Y volamos ligeros sobre el llamado Valle de los Baobab, un lugar que (sí, has acertado) está repleto de Baobabs. No se si te lo había contado antes, pero los Baobab son unos árboles que me fascinan. Su tronco, desmesuradamente gordo, tiene un aspecto a la vista casi esponjoso. Las ramas se retuercen en posiciones imposibles y se van estirando haciéndose delgadas hasta llegar a donde (casi en la mayoría de los ejemplares que he visto) algún día hubo hojas, pero ya no. Sólo ahí el árbol vuelve a tamaños normales entre los demás árboles. El resto es gordo, rechoncho y de aspecto esponjoso. Se podría decir que el Baobab es un peluche en el mundo arbóreo.

El valle está repleto de ejemplares más o menos secos, más o menos retorcidos junto a la carretera, aunque algo más allá puedes imaginar el curso del río que lo origina con sólo observar la línea contínua de verde que rompe el color seco que lo domina todo. Salpicando los márgenes de la carretera encontramos alternados restos de neumáticos de camión y monos, cientos de monos curiosos mirando pasar coches todo el día con cara de "estos humanos están majaretas". Los mismos monos que en las montañas que bajaban a bañarse al lago Malawi, se apoltronan aquí al margen de la carretera a la espera de que algún pasajero gilipollas de los cientos de autobuses que cubren la línea Mbeya-Dar deje caer los restos de su comida por la ventanilla. Debe suceder bastante a menudo, a juzgar por la cantidad de monos a la espera.

La carretera es tan perfecta que nos hace volar acercándonos más y más a las montañas donde se origina todo este valle. El mapa en el GPS me dibuja una confluencia de dos ríos que promete ser interesante de ver, pero al llegar a la curva donde se mezclan la carretera se estrecha y empieza a revirarse cuesta arriba como una loca. Del cruce de ríos sólo puedo ver un cartelón enorme que reza: "Por razones de seguridad está prohibido hacer cualquier cosa en este area". Toma ya, ahora no se si aquí hay hipopótamos, terroristas, militares (¿no es lo mismo?) o campos minados. ¿Qué carajo? Ese es el tipo de cartel que me intriga tanto que me pararía a acampar allí sólo para saber de qué va la historia.

Sin embargo seguimos porque las carreteras de montaña siempre han sido algo que me han flipado lo suficiente para dejar de hacer casi cualquier otra cosa. Los paisajes en montaña siempre resultan ser los más alucinantes, y la carretera es siempre, siempre sin excepción, divertida. Al principio se mete entre bosques de un verde frondoso impresionante que parece que se te va a comer vivo, con ramas colgando sobre la altura de los camiones de las que cuelgan manojos de verdes de todos los tonos imaginables. A la izquierda, o a la derecha, o de nuevo a la izquierda (vamos cruzándolo puente tras puente) se pasea el río que daba color al valle que acabamos de abandonar. De cuando en cuando nos encontramos con camiones en caravana sin apenas poder subir esta pendiente, haciendo tapones que la mayoría de los vehículos no pueden sortear entre tanta curva. Pero una vez más la belleza de viajar en moto nos hace ligeros como el viento y vamos pasando uno tras otro sin apenas espera. Yo me paso el rato deseando que no haya más camiones para disfrutar de la ruta, pero sé que es inevitable y aprovecho los pequeños parones para disfrutar de las vistas.

Y de repente, la cuesta arriba se torna cuesta abajo y el río se convierte en un cauce seco pedregoso que tiene pinta de ser alucinante de ver durante la estación húmeda. Adelantar camiones cuesta abajo es más complicado, primero porque frenar la moto es más difícil, y tienes que guardar más margen, pero sobre todo porque los camiones sí que las pasan putas para frenar, y a veces algún conductor descerebrado deja que su cabina coja más velocidad de la que es capaz de detener. Constantemente te cruzas con alguno que va echando humo negro desde sus ruedas, con la peste a freno quemado que eso conlleva, haciendo la conducción más exigente aún. Sin embargo lejos de achantarme esto lo hace aún más divertido para mí. Conducir ha pasado en un pispas de ser un paseo en línea recta infinita casi soporífera, ha una exigente sucesión de curvas ciegas que requieren la máxima atención a todo lo que significa pilotar una moto. ¿Puede ser más divertido?

La bajada es bestial, más del doble de lo que llevamos subido, y marca la bajada desde las zonas altas de Mbeya y alrededores hacia las (sólo ligeramente) más bajas de Iringa. Las curvas se van abriendo poco a poco y vuelve la normalidad de la línea recta que nos hace correr más. Tan sólo los pasos por poblado nos hacen ir más despacio, y el GPS nos dice que ya casi hemos llegado.

Tanzania tiene una estrategia curiosa para evitar que la gente corra en poblado. En lugar de plantar maderos con pistolitas láser que miden la velocidad (para qué, me pregunto, si ya hemos visto cómo las gastan las maderas cachalotitas) los tanzanos se dedican a tirar badenes a la entrada, salida, y mitad de cada poblado. Al acercarte ponen primero 3 tandas de badenes pequeños, agrupados de 3 en 3, con tan poca separación que la mejor manera de pasarlos es a unos 70 por hora, ya que la amortiguación de la moto los hace pasar por encima. Después ponen un número indeterminado de badenes gordos, de unos 2 metros de ancho y 30 centímetros de altura, a menudo pintados como pasos de cebra. Y en aquellas poblaciones donde se sienten inspirados además te plantan otro par de badenes de la misma altura que los grandes, pero de apenas otros 30 centímetros de ancho. Al final resulta que no hay cojones a pasar por poblado a más de 50, porque lo rompes todo. Los camiones se tienen que parar (literalmente) para cruzar los badenes como si fueran escalones, y prácticamente en cada pueblo hay al menos una tienda donde arreglan neumáticos y amortiguadores. Estrategia perfecta, ole por los tanzanos, que son los únicos en el mundo en hacer un sistema eficiente y efectivo de reducción de velocidad.

Y entre badén y badén recorremos la última cuesta arriba que escala hasta Iringa, donde encontramos sin mucho problema un hotel barato y agradable para pasar la noche. Al día siguiente tengo planeado pasar temprano por la Toyota de Iringa (que da servicio a Yamaha) para hacer un chequeo de rutina, así que toca cama prontito para poder marcarnos un viaje largo mañana hasta Dar Es Salaam.

Lo que no sabía era que temprano volvería a ser 5 de la mañana. Allah Akhbar.

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