miércoles, 3 de agosto de 2011

Gracias

Hoy quiero daros las gracias a todos aquellos que, de uno u otro modo, habéis estado ahí todo este tiempo. A todos aquellos que habéis colaborado con vuestra pequeña (gran) aportación, a todos los que habéis contribuído con vuestros comentarios en el blog, a los que leíais (y leéis) ávidamente buscando algo, aún sin saberlo. A los que me habéis acompañado en el camino, llenándolo de vuestra presencia y vuestras palabras, o en el silencio más absoluto. A los que sólo habéis entrado esporádicamente a leerme. A quienes, por no hablar mi idioma, habéis desistido de hacer nada más que mirar las fotos (pero aun así habéis estado). A quienes, aún sin leer estas palabras, habéis estado cerca de uno u otro modo.

Gracias a todo por vuestro apoyo, vuestra compañía, vuestras palabras, vuestra envidia sana. Gracias por ser parte de mi camino, de mi viaje constante en esta vida. Gracias por darme la oportunidad de disfrutar de ese largo viaje a vuestro lado aunque sólo hayamos cruzado nuestras rutas un par de veces. Gracias por hacer mi camino más llevadero.

Quiero haceros llegar esa sensación de superación que me ha acompañado constantemente, la felicidad de experimentar que el mundo es tan sólo un pequeño lugar esperando que salgas a descubrirlo. Quiero compartir todas esas sensaciones con vosotros porque, de una u otra forma, formáis parte de ellas, y porque sin duda no sería lo mismo sin vosotros.

Para todos aquellos que habéis comentado sobre mi aparente tristeza al volver, sólo puedo contaros que no es tal o por lo menos no pesa tanto como para borrar la enorme experiencia que he vivido, y que aún me queda por vivir. Si alguna vez creéis que mis lágrimas no me dejarán ver la luz del sol, recordar las palabras de Paulo Coelho:
"Las palabras son lágrimas que han sido escritas. Las lágrimas son palabras que necesitan ser derramadas. Sin ellas, el placer pierde todo su brillo y la tristeza no tiene fin."

Gracias.

El vals del final


 

lunes, 1 de agosto de 2011

Todo tiene su fin

Al igual que reza la canción, este viaje también tenía que acabar. Durante la última ruta el GPS no funcionó y no pude grabar las coordenadas en el Everytrail. Pero sobre esa ruta poco hay que decir.

Desde que entramos en China de vuelta la ruta ha sido un constante huir de las tormentas, con mucha suerte especialmente al pasar a Mengla, ya que la ruta hasta Jianghong fue serpenteando entre montañas siempre con nubarrones negros acechándonos. La carretera, de tipo autopista pero sin desdoblar, nos fue llevando amablemente curveando para salvar cada chaparrón, cada cúmulo de nubes negras que amenazaban por pasar por agua nuestra vuelta a casa. En nuestra mente sólo estaba llegar cuanto antes a Jianghong, donde nos habían dicho (en la frontera) que sería posible encontrar alguien que transportara las motos hasta Shanghai. Eran ya 4 días de retraso en el curro, y teníamos que solucionar el problema cuanto antes.

La perfecta carretera que sube desde la frontera en Mengla nos llevaba como meciéndonos entre montañas de impresionantes paisajes, con un trazado absolutamente moderno levantado sobre cientos de viaductos y excavado en otros tantos túneles bajo las rocas. La vieja carretera serpentea constantemente alrededor de la nueva y nos guiñaba el ojo con sarcasmo como diciendo "imaginad si tuvierais que hacer esta ruta por aquí". Cada túnel significa al menos media hora de carretera retorcida y llena de socavones hasta la cumbre lluviosa de una montaña, y aquí no son raros los túneles de 3 o 4 km de largo. Así que decididamente tenemos suerte de haber venido cuando la nueva carretera ya está terminada.

Las montañas en esta zona tienen un aspecto raro, pues todos TODOS los árboles han sido claramente replantados hace algunos años. Lo que debió ser una selva tropical es hoy una mata verde que se alinea perfectamente con las imaginarias curvas de perfil de las montañas, con árboles que claramente no pertenecen al ecosistema de la zona y que parecen haber crecido con tiralíneas hasta alcanzar todos exactamente la misma altura. La estampa recuerda un poco al otro lado de la frontera en Laos donde toda la selva había desaparecido por el comercio maderero y la implantación de cultivos, aunque a cambio parece que aquí se dieron cuenta del problema en algún momento y decidieron replantar el bosque por su propio bien. De alguna manera seguimos dejando crecer esta impresión de que al final en China todo está mejor organizado y llevado a cabo, ¿será que el aparato del gobierno nos está lavando el cerebro? Sinceramente creo que todo funciona un poco mejor aquí, a pesar de todo y de todos.

Para completar la postal, la autopista de Jianghong serpentea por esas montañas cuesta abajo (tanto que la Flaca llegó a la línea roja en quinta marcha y tuve que aflojarle la oreja a 115 kmh, velocidad terminal nunca antes alcanzada) hasta que de repente tras una curva aparece una advertencia de fin de autopista y tras la montaña se yergue una impresionante ciudad de rascacielos, hoteles, contaminación y millones de chinos. Habíamos vuelto a la urbe, el modelo estándar de China que no veíamos desde Shanghai. Ubicada estratégicamente en uno de los pocos valles amplios de toda la zona, la ciudad se baña en aguas del Mekong antes de que éste entre a definir las fronteras de Indochina, convirtiendola en enclave estratégico para el comercio fluvial. La ciudad está llena de hoteles, de empresas de transporte internacional, y de muelles donde los cargueros fluviales atracan y mueven toda la mercancía que China envía a Laos, Myanmar, Tailandia, Camboya y Vietnam. Podríamos decir que antes de esa carretera que nos llevó hasta Chiang Rai en el primer paso por Laos, esta era la puerta por la que pasaba todo lo que China exporta a sus vecinos del sur. Te puedes hacer una idea de la importancia y del tamaño de la misma.

A pesar de ello no conseguimos encontrar una empresa que nos pudiera hacer el traslado a Shanghai por un precio aceptable. La razón principal: el tren no llega aún a esta remota zona de China, enclaustrada ya a los pies de los Himalayas, y la estación más cercana se encuentra en Kunming, a 535 km de distancia. Así pues tuvimos que contentarnos con volver a la "civilización" y buscar dónde dormir y cenar hasta el día siguiente en que partiríamos hacia Kunming. La "civilización" china es algo que a Mauro le entusiasma, y volver a lugares donde podía comunicarse con todo el mundo le sacaba una sonrisa constante. Por mi parte, como ya te conté, significaba volver a las 200 preguntas estándar sobre mi pelo y lo "mafan" que es. Y todo el mundo mirándonos como si fueramos perros verdes.

Al día siguiente probamos suerte de nuevo en un par de empresas de transporte, con idéntico resultado que hasta ahora, y decidimos emprender el largo camino a Kunming cuanto antes para evitar perder más tiempo. La carretera por suerte es más de lo mismo, perfecto trazado totalmente nuevo (ni siquiera nuestros mapas de gúguel conocían estas carreteras) y amablemente nos llevó hasta la capital de Yunnan de nuevo salvando enrevesadas y viejas carreteruchas de montaña y nubarrones amenazantes. De hecho el viaje en esta etapa parecía totalmente anodino, sólo un trámite para llegar al fin de vuelta a casa, de forma algo triste, por la puerta de atrás y sin las motos. Llegados a este punto me daba incluso rabia no disponer de más tiempo para hacer toda la ruta de vuelta y entrar, como los cánones mandan, a hombros de la Flaca en Shanghai, sintiendome el conquistador que debería haber sido. Aún no habíamos llegado a Shanghai y ya podía barruntar esa pequeña decepción en el ambiente. Pero pasta manda, y ya eran 5 días de retraso en el curro. Había que llegar como fuera antes de terminar el fin de semana.

Kunming es otra impresionante urbe chinesca enclaustrada entre montañas himaláyicas, aunque en este caso se trata de la auténtica puerta geográfica de la zona a la Gran China. De aquí y hacia el Este las montañas se convierten en algo más racional, menos imposible de cruzar, y no es de extrañar que el centro político, logístico y social de toda la provincia de Yunnan se halle aquí. La ciudad aparece ante nosotros escoltada por su enorme lago de colores opacos y teñida por completo de una fina capa de polvo rojizo proveniente de los suelos arcillosos, los mismos que dan su característico color al Mekong.

En Kunming por fin encontramos quien nos mande las motos a casa. Pero deberemos esperar hasta el día siguiente por la mañana, y coger un avión que nos deje por la tarde en casa, ya demasiado tarde para nuestros jefes, perdiendo así una semana entera por encima de lo que habíamos planeado y nos habían concedido de vacaciones. Los jefes no estarán contentos.

Al día siguiente dejamos las motos en manos de unos tipos que, espero, nos las entregarán en unos 10 días en Shanghai. El pago es a la entrega, por lo que es posible que nunca las volvamos a ver. Una mísera pegatina con una indicación del destino puesta en el top-case y un recibo en papel amarillento es lo único que nos garantiza que las volveremos a ver.

[caption id="attachment_797" align="aligncenter" width="490" caption="Las guarras esperando su destino"]Las guarras esperando su destino[/caption]

[caption id="attachment_796" align="aligncenter" width="480" caption="Una pegatina que vale una moto"]Una pegatina que vale una moto[/caption]

Cambiar nuestras monturas de 125cc por otras de 767 (Boeing) nos restaba todo el glamour de la vuelta a casa, pero antes de resignarnos a un regreso deshonroso tuvimos el detalle de subirnos al avión de la siguiente guisa:

[caption id="attachment_794" align="aligncenter" width="490" caption="Careto Velocidad"]Careto Velocidad[/caption]

[caption id="attachment_795" align="aligncenter" width="490" caption="Yi Lu Ping An (seguridad ante todo)"]Yi Lu Ping An[/caption]

Si los chinos se subían al avión con sus horribles gorros de vaquero Yunnanés, nosotros no íbamos a ser menos. ¿Quién dijo vergüenza? Había que llevar el espíritu motero hasta el final y morir con las protecciones puestas. ¡Qué menos! Te puedes imaginar los caretos de la gente al subirnos al avión tal cual nos bajamos de las motos.

 

La llegada a Shanghai fue algo anodina. Sin pena ni gloria llegamos al aereopuerto de Hongqiao entrada la tarde, ya anocheciendo. Sin nadie que supiera la fecha exacta de nuestra llegada, nadie vino a vernos. Una extraña sensación de vacío se apoderó de mí al ser plenamente consciente de que ya estaba, que el viaje se había acabado, y que esta noche no habría que buscar alojamiento, ni planificar ruta para mañana, ni que lavar ropa a mano para ponerse algo que no apeste, ni mañana tendríamos que volver a cargar todos los fardos en las motos. La excesivamente normal, aburrida mega-metrópolis nos acogía soñolienta y con algo de indiferencia. Un carísimo Kaiba (cervecería donde suelen tener de todo) que no tenía Beerlao nos sirvió como cierre al día, un día que cerraba una etapa, un viaje.

Sin alabanzas, sin miriadas de gente a las que contar nuestra experiencia, tan en silencio como habíamos viajado las últimas semanas, así llegábamos de vuelta. Un viaje en el que nadie salió a despedirnos a la salida, y en el que nadie salió a recibirnos a la llegada. De alguna manera parecía como si, de cara al mundo, nuestra experiencia fuera un mito, algo que bien podía haber ocurrido como podía ser una invención de una mente imaginativa. Tú, que me estás leyendo aún hoy, eres mi único testigo, y mi único compañero en el camino.

 

[caption id="attachment_799" align="aligncenter" width="490" caption="Amaneciendo"]Amaneciendo[/caption]

[caption id="attachment_800" align="aligncenter" width="490" caption="Shanghai desperezándose"]Shanghai desperezándose[/caption]

El día siguiente amaneció temprano para mí, como venía siendo costumbre, y Shanghai me regaló uno de sus mejores amaneceres para recibirme discreto, cuando aún media ciudad duerme. Los rascacielos me recordaban también, sin embargo, que había que volver al mundo "normal". A los findes programados cervezas-club-brunch-resaca, a las interminables horas de oficina donde el culo se te queda mucho más plano en una silla de diseño que en el sillín de la moto, a los medio-amigos que se interesan en tu vida sólo cuando quieren algo a cambio...

El viaje ha sido relativamente corto, apenas un mes, pero aún así resulta difícil volver. ¿De verdad mi sitio está aquí? ¿Cómo ignorar todo eso que hemos visto en el (corto) camino? ¿Cómo vivir en la normalidad de la quietud? Ahí fuera hay un mundo entero esperando pacientemente que salgas a comértelo, y tú te apoltronas ahí delante de la tele, del ordenador, o de la cerveza en el bar. ¿Realmente crees que estás viviendo la vida?

Podría colar un montón de frasecitas tópicas de muro como "La vida es aquello que sucede mientras tu esperas a decidir qué hacer con ella", pero esto no se trata de convencer a nadie, sólo de llevarte de viaje y contarte mi experiencia. Si tan sólo uno de vosotros decide atarse las botas mañana y salir a merendarse el mundo, entonces todo esto habrá cobrado un sentido.

Todo esto lo escribo hoy, sentado en mi mesa de oficina viendo las horas pasar interminables, tratando de no pensar en el camino que aún queda, que aún puedo recorrer tantas y tantas veces, tratando de concentrarme en resolver problemas en un mundo virtual mientras el real me espera ahí fuera, con la sonrisa pícara de quien sabe que volveré, porque he probado un fruto que sencillamente no puedo ignorar el resto de mis días, consciente a fin de cuentas de que caeré de nuevo en su red.

 

Esta etapa acaba aquí. Pero el viaje aún no ha terminado.

[caption id="attachment_801" align="aligncenter" width="490" caption="El viaje continúa"]El viaje continúa[/caption]