viernes, 7 de junio de 2013

Malawi 2 - ¿Sí?...

Hay algo curioso en esto de cruzar fronteras por tierra. Siempre había tenido esa idea de que las fronteras son líneas artificiales sin ningún sentido que se trazan en un mapa de acuerdo a la voluntad de turno y los favores prometidos entre un par o varios generales de ejércitos de gobiernos en guerra, hasta cierto punto. Y el caso es que no sé si de manera natural o si como por efecto del paso de los años desde esa decisión caprichosa, todas las fronteras que he cruzado en este viaje han implicado un cambio más o menos radical de paisajes. Como si todo en cada lado de la frontera se empeñase en decir "Este es mi país, no el de al lado". O mejor aún, "Bienvenidos a Malawi".

Este es el caso de esta última frontera. De repente todo cambia, desde el color del verde, el tipo de vegetación y la forma de las montañas, hasta el color del cielo es diferente: los extensos valles que se abren ante nosotros mezclan un verde más vivo que en el lado mozambiqueño con arena rojiza arcillosa, y el cielo se difumina sobre ellos mezclado con el humo o la bruma que (aún) no sé de dónde viene. La carretera es mucho mejor que al otro lado también, tal como me prometieron los camioneros de la frontera. "No, en mozambique no hay carreteras, sólo buracos" me decían entre risas. Sin embargo el episodio de Gollum y el soborno de 50 pavos al de la frontera para Mauro nos ha robado tanto tiempo que casi sin darnos cuenta la noche nos aprieta el culo para llegar a Blantyre, aún a 200 kilómetros.

Rodamos tranquilos y a buen ritmo por primera vez casi desde Swaziland, parando apenas para echar un par de fotos a la puesta del sol, y aún así llegamos a Blantyre justo con los últimos destellos de luz, a salvo de las sorpresas desagradables que la carretera pueda plantarnos en el camino. Pudiera parecer una matada tirar así, pero la idea es encontrar a alguien que pueda arreglar la rueda, así que es como que importante llegar a Blantyre por la noche. La entrada a la ciudad es un poco coñazo, a través de los arrabales y serpenteando por calles abarrotadas de peña subiendo y bajando de vanettes que hacen las labores de minibuses, entre polvaredas de arena y faros deslumbrantes en dirección contraria, sin poder ver los baches que ponen para que no corras hasta que estás encima de ellos. Me tienta abrir la visera, lo que me permitiría ver qué tengo delante, pero cada vez que se me ocurre hacerlo una capa de arena se cuela en mis ojos jodiéndome más aún la misión.

Finalmente y tras un rato deambulando por hoteles y hostales de lo más variopinto (incluido uno super pijo donde Mauro estampó las maletas de su moto en el coche aparcado de una pija malhumorada) encontramos un sitio asequible. Mauro volvió de preguntar el precio diciendo que la habitación doble eran 1.400 chewakas. Pues sí que es asequible, sí... Mientras bajamos el equipaje a la habitación, cuya única pega es estar unas dos plantas abajo en la montaña por unas escaleras, comentamos lo ridículamente barato que es. 1.400 chewakas son unos 3.25 euros. Sí, seguro, ha dicho eso, y que el precio incluye desayuno. Joder, pues sí que es barato Malawi, sí.

Terminamos de desempaquetar y nos subimos de nuevo a las motos para ir a buscar algo de cena y a ser posible una botella de amarula. Segunda lección de Malawi: la gente aquí vive con el sol, y como tal, las 8 de la noche no son horas de andar cenando ni leches. El sol se muestra por estos lares sólo de 6 de la mañana a 6 de la tarde, y resulta casi imposible encontrar un restaurante. Es más, parece que en Blantyre hay unas 200 carnicerías, pero ningún restaurante a excepción del KFC. Cuando por fin encontramos un sitio donde cenar (riquísimo por cierto) caigo en la cuenta de un pequeño detalle... Dos platos y una ensalada a compartir, mas bebidas, la cuenta sale alrededor de los 20.000 chewakas. Mauro, massimo, carissimo, ¿tu estás totalmente seguro de que te han dicho 1.400 chewakas por la habitación? Sí, sí, absolutamente.

Déjame que te cuente algo sobre Mauro. Habla perfecto inglés (salvo alguna que otra cagada de pronunciación heredada del inglés de The Netcircle), por supuesto alemán (o suizo, que por más que se empeñen es prácticamente lo mismo) y chino. Y tiene un oído prodigioso para los idiomas. Pero como siempre ha estado expuesto a inglés decente y nunca ha estudiado inglés con famosos profesores como La Mosca en el Asunción Rincón, ni ha vivido en países donde el inglés macarrónico es norma de estilo, no está acostumbrado a los acentos de quienes no saben hablar inglés. Cuando entramos en Malawi vimos que el idioma oficial, aparte del Chewie (por diferenciar del Chewaka, la moneda, aunque oficialmente se llama Chichewa), es el Inglés. Pero como en casi todos sitios en África, hablan el inglés que les da la gana, o el que malamente pueden. El resultado es que Mauro a menudo oye lo que le sale del orto, más que lo que le dicen, y en multitud de situaciones tengo que traducirle porque no se entera.

Cenados emprendimos la infructuosa búsqueda de Amarula, que nos llevó a un episodio cuanto menos pintoresco al cruzarnos con un grupo de seguratas que custodiaban un super. Olvida tu imágen típica del Prosegur. Los seguratas aquí van en una furgoneta tipo "pick-up" modificada con asientos en la parte de carga para llevar a 8 seguratas a la vez, los asientos alineados en el centro en el sentido de la marcha y los seguratas mirando hacia los lados de la furgoneta. En la puerta de dicha furgoneta pone "Respuesta armada", y los seguratas llevan chaleco antibalas, casco de antidisturbios (roto) y fusiles (espero que rotos, también). Nos dicen que podemos encontrar amarula en nosequé sitio, que obviamente no conocemos, y se ofrecen a guiarnos. La furgo recoge a los OCHO seguratas y emprende la marcha rumbo a nisu. Nosotros les seguimos religiosamente mientras vemos como hacen risitas con la situación desde sus asientos de maderos chungos, y nos terminan llevando a un garitazo con más pinta de club de lumis que de bar o de tienda donde conseguir Amarula. Como no tienen, y además el sitio es caro de cojones, decidimos sustituir la Amarula por cerveza y tirar a la gasolinera que es la apuesta segura. Nos despedimos de nuestros seguratas majetes con fuscos pero majetes y tiramos millas para descubrir con tristeza que la única cerveza disponible en Malawi es la Carlsberg. Qué mierda. Pero como nada está perdido decido hacernos un favor y cambiar la idea de cerveza por kalimotxos, mezclados con vino sudafricano embotellado, que degustamos satisfactoriamente una vez de vuelta al hotel de 1.400 chewakas. Mientras nos terminamos el kalimotxo me encuentro un papel del menú que menciona el desayuno que según Mauro estaba incluido. El precio que aparece junto a la entrada del desayuno canta alegremente: 1.500 chewakas. Por ser tú. Sí, sí, absolutamente seguro...

A la mañana siguiente emprendemos la búsqueda de lugares donde arreglar la rueda. El señor Don Listo en Tete me comentó que había una tienda de Toyota que daba servicio a Yamaha, y me dió unas coordenadas de lo más aproximadas: Sí, ahí, tirando a Limbe, que es otra ciudad que con el tiempo se ha fusionado con Blantyre. Pero contra todo pronóstico las direcciones son suficientemente buenas y encontramos el sitio, si bien nos dicen que ahí no pueden hacer nada por nosotros, pero que si vamos a nosequé otro sitio seguramente puedan arreglarlo. Y así empieza nuestro particular periplo por Blantyre, al cual le falta una cámara acelerada y la música del Show de Benny Hill mientras recorremos las calles arriba y abajo en búsqueda de nuevos sitios con nombres indescifrables que no podemos entender y que resultan imposibles de deletrear. Así llegamos hasta una fábrica de aceros y metales en la que el señor Gárgamel, en forma de tipo grande y gordo con un acentazo incomprensible nos cuenta que sus "chicos" no van a ser capaces de hacer nada a derechas con semejante desperfecto y que mejor vayamos a otra fábrica que él conoce y que está aquí al lado. Mira sí, es fácil, tú sales de aquí a la derecha, ¿sí?, a la calle principal, ¿sí?, y giras a la derecha. Ah, sí mira, si tengo un mapa -le digo señalando al google maps- y puedo mirarlo, ¿cómo dices que se llama la calle?. Su respuesta merece un párrafo aparte:

Déjate de mariconadas de mapas y escúchame bien. Calle principal, ¿sí?, derecha, ¿sí?, pasas la vía del tren y en la primera, escúchame bien, en la primera calle, ¿sí?, en la primera que te encuentras, giras otra vez a la derecha, ¿sí?, y sigues todo recto, ¿sí?, hasta encontrarte con un cruce en forma de T, ¿sí?, ¿me escuchas bien?, pues en ese cruce giras otra vez a la derecha, ¿sí?, y una vez hayas girado a la derecha, ¿me sigues?, en la primera calle que encuentras, giras otra vez, ¿sí?, pero esta vez ¡a la izquierda!, ¿sí?, ¿está claro?, a la izquierda, ¿eh?, y ahí otra vez sigues todo recto hasta encontrar otro cruce en forma de T, ¿sí?, y en ese giras ¡otra vez a la derecha!, ¿sí?, y ahí nada más girar encontrarás un cartel bien grande, no tiene pérdida, ¿sí?, pone bien grande, "Nófreus". - Perdona, ¿pone qué? -Escúchame bien, es imposible no verlo, ¿sí?, bien grande lo pone, ¿sí?, ahí a la izquierda al fondo de un camino de arena, ¿sí?, clarísimo, imposible no verlo, ¿sí?, "Nófreus". ¿Te queda claro?. Y ahí preguntas por Jason.

Creo que me perdí en el segundo "¿sí?".

Con cara de panoli miro a Mauro y le digo "creo que sabremos encontrarlo, muchas gracias". El tipo replica de nuevo "¡Está tirado! Iziquierda, izquierda, izquierda, derecha, izquierda, ¿sí?". Conteniendo la risa y tratando de no imaginar que el tipo estaba cantándome La Yenka de Enrique y Ana salimos del esperpéntico lugar mientras el guarda (por supuesto) negro se nos cuadra a lo saludo militar despidiéndose de nosotros con un "¡Señor! ¡Gracias por su visita, señor!".

Media hora más tarde y tras preguntar por Jason en sitios aleatorios como si fueramos Stanley en busca del Doctor Livingstone volvíamos a la fábrica de Gárgamel con la sonrisa torcida excusando nuestra torpeza con las instrucciones, dispuestos a aguantar otra retahila de "¿sí?"s a cambio de un nuevo discurso de instrucciones que esclarecieran dónde cojones estaba Nófreus. Suerte la nuestra, esta vez junto a Gárgamel había otro par de colegas blanquitos que además de hablar más claro parecían mas sensibles con la tecnología y pensaban que mirando el mapa podríamos encontrar Nófreus Engineering mucho mejor. Mientras Gárgamel dibujaba torpemente un mapa en un cacho de papel para Mauro, el amigo de los mapas miraba conmigo el google maps en busca del Nófreus perdido, dándome por fin una dirección aproximada que tenía buena pinta, y que de alguna manera cuadraba con el Izquierda, Izquierda, Izquierda, Derecha, Izquierda. Y para allá que tiramos despidiendonos de Gárgamel no sin antes recibir del mismo una nueva retahila de instrucciones invitándonos a ir por la noche a nosequé bar super famoso, no tiene pérdida, donde todos los moteros de blantyre van, y que es baratísimo, y que es facilísimo llegar. Mira, sólo tienes que salir de aquí a la derecha, entonces derecha, entonces pasas la parada de autobús donde verás millones de taxis, y ahí preguntas por el "Dúdles". No tiene pérdida. Clarísimo, vamos. Y esta vez dame las gracias por ahorrarte todos los "¿sí?". Abandonamos el lugar por fin con un nuevo saludo marcial, y un rato después encontramos la guarida secreta de Jason. "Non Ferrous Engineering". Cojones.

Jason es un tipo majete, con pinta de saber de lo que habla, escoltado por Paulo, que parece el ingeniero jefe y que tiene una cara de portugués que no se tiene de pie. En el aparcamiento de la guarida secreta de Jason hay otra moto, que siempre te da un puntito de esperanza de que sabrán arreglar el problema. Después de mucho mirar, de mucho más charlar, y de curiosear sobre de dónde venimos y tal, Jason reune a su soldador que decide que puede hacerlo, y al tipo que está arreglando la moto de su sobrino que dice que no hay problema en desmontar la rueda. Con una sonrisa perenne, Jason nos dice que puede arreglarlo y que nos va a costar 25.000 chewakas. Si alguien está leyendo esto y ha tenido un desperfecto similar en una rueda en España, que se prepare a tirarse de los pelos. 25.000 chewakas son 58 euros. Venga, dale Jason, toda tuya. Eeeestoooo, ¿y para cuándo dices que podrías tenerla? Porque teníamos como que prisa, a ver si podíamos salir cuanto antes, a ser posible hoy. Pues esto para el Lunes. Es que claro, hoy es Viernes, y mañana el soldador no trabaja. Sonrisa enorme en su parte de la imagen. Bocas abiertas exclamando algún taco en la nuestra. Cojones, que el mundo normal tiene fines de semana que significan algo más que emborracharse, de hecho no trabajan en fin de semana. Mierda. Y digo yo, Jason, ¿no podríamos llegar a un acuerdo y pagar algo más y trabajais el sábado?. Bueno mira deja que hable con mi soldador y me asegure de que puede trabajar mañana, porque yo el fin de semana pensaba meterle mano a la moto de mi sobrino, pero bueno, puedo echaros un cable.

Finalmente Jason, el hombre que sonreía todo el rato, nos asegura que estará mañana y nos dice dónde podemos encontrar Amarula seguro de verdad de la buena. El resto del día pasaría buscando amarula, encontrando amarula, bebiendo amarula, y comprando saldo para intentar subir fotos y volviendo al hotel a decirles que nos quedabamos una noche más. Por cierto ya que estamos hablando de esto, ¿me podría usted decir cuánto es la habitación? Es que mi amigo me ha dicho algo que no creo que pueda ser. Sí, por supuesto, no faltaba más, la habitación son 18.000 chewakas por día. Sin comentarios.

A todo esto era rarísimo ir de paquete en la moto, y a Mauro no le hace mucha gracia llevar un tío de paquete y cada vez que pegaba un acelerón y casi me tiraba de la moto, mis piernas intentaban agarrarse y accidentalmente tocaban las suyas lo que me garantizaba un manotazo como diciendo quita bicho. Así en resumen, otra demostración más de que no me gusta mucho ir de paquete con Mauro conduciendo.

Al día siguiente nos encontramos con Jason que había traido la moto al hotel (después de ir hasta su guarida secreta a buscarla), y vemos que el resultado es impecable, no hay manera de adivinar dónde quedaba el llantazo. Jason Con una (sí, por supuesto) sonrisa tan grande como sospechosamente perenne el artista nos cobra y nos dice que ha traido la moto hasta aquí para probarla y que la rueda ha quedado estupenda y que ni baila ni nada.

Es la una y media. Hay 300 kilómetros hasta Monkey Bay, destino final de la segunda etapa de la Ruta Craig. El sol se pone a las cinco. ¿Crees que podremos llegar? No sé, pero creo que no quiero quedarme otro día en este sitio. Venga. Y empacamos a toda prisa y pagamos la habitación. 16.000 chewakas por noche. ¿Mande?

El Lago Malawi nos espera. Arranca y tira. Es facilísimo llegar, allí donde hay mucha agua, no tiene pérdida, ¿sí?.

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