martes, 11 de junio de 2013

Malawi 3 - En un barco

Salimos de Blantyre cagando hostias con la intención de llegar al lago antes de caer la noche. La carretera era estupenda así que se podría ir ligero, pero estaba salpicada de pueblos donde toda la vida social se hace a pie de carretera, por lo que tocaba ir esquivando furgonetas, minibuses, niños curiosos, vendedores despistados y toda clase de animales domésticos, particularmente cabras, que lejos de entender el peligro de un vehículo acercándose a más de 80 km/h deciden que el mejor camino a la salvación pasa exactamente por delante de la trayectoria de dicho vehículo. Y luego nos preguntamos de dónde viene la expresión de estar como una cabra.

Aparte de tan variopinta fauna, cruzar Malawi tiene un pequeño inconveniente: los controles de policía. Constantes. Cada 3 o 4 pueblos hay un cartel que avisa educadamente: "Police roadblock". Estos controles suelen consistir en un tipo repanchingado en una silla de plástico a la sombra de algún árbol, con una cuerda en la mano que tirada a derechas mueve una barrera para abrirla, y tirada a izquierda mueve la misma para cerrarla. Como es imposible manejar ambos sentidos de la vía con una misma cuerda, cuando te aproximas al control y el policía de turno está sentado en el otro lado, abre la barrera del sentido contrario y te indica amablemente que te cambies de carril para seguir adelante.

Pero de cuando en cuando el madero se siente importante, o aburrido, o simplemente no muy bien remunerado por su gobierno. Y entonces te lo encuentras de pie en mitad de la carretera con gesto amenazador y brazo en alto indicándote que te pares en el terraplén para tener una charla.

- Buenas tardes, ¿me enseña su carné de conducir y su seguro? - Sí claro, cómo no, mire: aquí, aquí y esto es la carta de Craig que se supone que es la llave mágica a que usted me deje ir con una sonrisa. - Nonononono, vamos a ver, el seguro de Malawi. - Que sí, señor, mire, lea bien, que aquí dice... - Uuuuuuuy, bueno bueno me parece que vamos a tener que multarte, amiguete. - ¿Cómo? ¡Si tengo seguro! - Pero no de Malawi. - ¡Pero cubre en Malawi! Lo pone ahí bien claro, mira. - Vamos a ver, ¿sabes lo que pasa? que luego atropellas a uno de estos pobres campesinos, y le rompes una pierna, y el seguro este está en Sudáfrica, pero ¿cómo va el campesino a reclamar al seguro? ¿Eh? ¿Qué te crees, que va a coger su portátil a entrar a internet a www.tusegurosudafricano.com a reclamar? Noooo, hombre, aquí esta gente no tiene internet, nonono, aquí las cosas funcionan de otra manera y esta es la ley en Malawi, hombre de dios, a pagar tocan. Son 6.000 Chewakas, cada uno. - Joder colega, pero si somos dos, venga tírate el rollo, ¿no nos puedes hacer un descuento? ¿Cobrarnos 3.000 chewakas a cada uno? - Nonono porque tengo que daros recetas a cada uno, y la receta son 6.000. - Venga joder, si eres un tío majo, y mira, venimos desde muy lejos, y conducimos con mucho cuidado, además siempre puedes no darnos receta y hacer como que no nos has visto, ¿no? - (Risas) Bueno mira lo que vamos a hacer es que te pongo una receta por no llevar el distintivo, que son 1.500 chewakas, cada uno, y nos dais otros 1.500 chewakas para una fanta, ¿vale?

Me resulta increiblemente divertido que en África a los sobornos se les llama Fanta. No, no es una palabra en idioma africano, están hablando de las bebidas, las fantas. Es, digamos, un "bueno y me invitas a algo porque eres generoso, ¿verdad que sí? Porque si tú eres generoso yo puedo ser generoso también, y tan amigos..."

6.000 chewakas (13 pavos) más rico a nuestra costa, el ahora sonriente madero nos abre la barrerita de turno y nos desea buen viaje. Venía pensando que menudo cabrón todo el camino hasta que ahora acabo de calcular cuánto nos ha clavado. Que le aproveche y se atiborre de fanta a nuestra salud, la verdad.

Entre tanto madero (afortunadamente ninguno más suficientemente sediento como para levantarse de su silla) y tanto trajín de animales atiborrando la carretera (bípedos o cuadrúpedos) el tiempo se nos hace más y más corto, y llegamos al cruce de caminos que lleva a Monkey Bay, hacia el Este, o hacia el incierto Norte por la misma carretera por la que en 100 kilómetros no había ni un sólo guesthouse. Monkey Bay es 80 kilómetros, que habrá que volver a recorrer mañana de vuelta a este cruce. Adelante no tenemos ni papa.

- Vamos a ver monos.

La carretera rodea el extremo meridional del lago atravesando campos que arden en fogatas. Por alguna razón a lo largo de todo el país la gente quema campos constantemente, más o menos lejos de las carreteras, en aparente sinsentido. Esto de alguna manera explica la bruma que lo cubría todo al entrar al país, pero ciertamente nos deja con la intriga aún más grande de por qué cojones todo el mundo quema cosas. Parece que el duende tiene mucho trabajo por esta zona del mundo.

El sol empieza ya a acariciar las montañas y la luz va bajando en intensidad más deprisa de lo que nuestras motos comen kilómetros. Y por si esto fuera poco, mezclado con la bruma de las misteriosas fogatas, una nueva especie de peligro vivo invade la zona que cruzamos: una lluvia torrencial de mosquitos verdes se abalanzan sobre nosotros a cada metro que recorremos. Es absolutamente demencial, jamás creí que en un mismo sitio pudiera juntarse tanto insecto, incluso sin contar los que se estampan en el casco sólo de volar delante nuestro ya hacen difícil ver bien a estas alturas de la casi noche. Fieles a su naturaleza se lanzan kamikazes sobre la luz de los faros de la moto y el aire les empuja contra nuestras chaquetas y nuestros cascos, donde se convierten en papilla sobre papilla formando una película irregular de puntitos que poco a poco hacen que no veas un carajo. En un arranque de irracionalidad se me ocurre, desesperado, pasar un guante por un lado de la visera tratando de limpiarla de bichos. Error cotroso. Ahora el lado izquierdo de mi visera es un requero de papilla de mosquito arrastrada que hace totalmente imposible ver nada, incluso si fuera de día. Miro el cuentakilómetros. Aún quedan más de 40 así. Y la oscuridad creciendo.

Casi una hora de martirio después conseguimos llegar al cruce de caminos que marca Monkey Bay. Desesperados buscamos en el GPS el alojamiento más cercano. Norman's Cottage. A sólo 1,5 kilómetros. Tiramos siguiendo mapa y nos metemos por un camino de tierra que poco a poco se va convirtiendo en camino de arena suelta, pero para cuando nos damos cuenta estamos de lleno en ella. Casi incapaces de mantener el control de la dirección de la moto llegamos a un portón que nos indica que hemos llegado. Casi no podemos creerlo, la hostia puta lo que ha costado llegar aquí. Somos unos machotes. Machote, machote. Un señor mayor (blanco, por supuesto) con pinta de super majete se nos acerca y se presenta como Norman, y sin apenas darnos tiempo a preguntar al ver nuestras pintas se excusa diciendo que normalmente cobran una barbaridad para nuestro presupuesto, y que por lo tanto le digamos cuánto estaríamos dispuestos a pagar. Incómodos y extrañados con la pregunta le contamos lo que hemos pagado la noche anterior en Blantyre (la del precio que cambiaba cada vez que preguntabas) y Norman nos dice "oh bueno eso son como 50 dólares (cierto, pero por la habitación) y que vamos a llegar a un acuerdo: ellos cobran normalmente 130 USD por noche por persona (!!!!!!) así que nos va a cobrar 50 a cada uno y así estamos bien. La hostia puta. La próxima vez que leamos "Cottage" en el nombre de un alojamiento ya sabemos que es prohibitivo. Pero estamos agotados y no hay cojones a volver a salir a la nube de mosquitos, así que aceptamos. Norman nos dice que pensemos que sólo darnos de cenar y desayunar ya les va a costar casi esa cantidad. Aquí todo va incluido (aunque aún no lo sabemos). Bueno, algo es algo.

Norman nos ayuda a mover las motos enfrente de la casa (??) donde vamos a pasar la noche, y su mujer que aparece por allí nos dice que podemos dejar lo que queramos en las motos, aquí todo es tan seguro que la casa no tiene cerraduras. Así que llevamos las motos literalmente hasta la puerta de la casa y alucinados descubrimos que nuestra "habitación" para esta noche es una casa con dos camas dobles con mosquitera al más puro estilo repijo, con un salón con otros dos sofás-cama con mosquiteras también, y una puerta que sale a una ducha al aire libre, a la luz de las estrellas, sobre rocas. Acojonante. Norman nos dice que nos pongamos cómodos y cuando estemos listos nos acerquemos a tomar una cerveza. De alguna manera todo el mundo es un poco muy demasiado atento, y tenemos miedo a aceptar cualquier invitación con la idea de que tal vez nos cueste otros 50 pavos.

Cuando llegamos a la zona donde Norman y su mujer charlan animadamente con un reducido grupo se nos acerca todo tipo de sirvientes preguntando si queremos algo y anunciando que la cena estará lista en unos momentos. Norman insiste en que nos tomemos una cerveza, o un copazo, lo que queramos. Tímidamente nos excusamos y pedimos agua, y empezamos a mirar boquiabiertos todo el escenario.

Estamos en una tarima de madera techada con paja y erigida en la misma playa del lago, todo con velas y musiquita agradable de fondo. Norman y compañía departen en unos sofás super chulos con toda clase de bebidas alrededor. En la playa hay una alfombra de cáñamo que se extiende hasta la misma orilla del lago, donde unas escaleritas suben hasta una pasarela que entra casi 50 metros en el lago, hasta una plataforma con otro techo de paja, una mesa, banquetas y una luz. Y un barco. La imágen es acojonante desde la playa, pero andar por la pasarela hasta casi perder de vista la luz de las velas del "comedor", con el lago mansamente meciéndose debajo de nuestros pies a la luz de las (varias decenas de millones de) estrellas lo hace absolutamente insuperable. El cielo aquí es impresionante, la luna aún no ha despuntado y sólo hay estrellas y más estrellas. Y el tranquilizador murmullo del lago tranquilo en la noche.

Tras un rato flipando con el lugar nos volvemos al comedor porque llaman a cenar. Aquello es un buffet impresionante, donde todo está delicioso y por supuesto puedes repetir tanto como desees. Café, té, postres, bebidas... todo incluido. Ciertamente era verdad lo de que darnos de cenar ya les iba a costar esa pasta. A la mañana siguiente el desayuno es también de buffet y también todo incluido. El embarcadero resulta aún más hipnotizante y la vista desde la playa es sencillamente preciosa (como puedes ver en las fotos de facebook, que son públicas, así que incluso sin facebook puedes verlas).

Mauro aprovecha la mañana para afeitarse el melón y yo para proseguir con mi promesa de bañarme en cada mar que visite. "¡Pero esto es un lago!", podrías responderme. Bueno, es lo que tú crees, porque cuando estás alli delante del agua aquello es increiblemente enorme y no hay cojones a creer que se trate de un lago. De día incluso unas tímidas olas se pelean con la arena, y el horizonte se hunde irremisiblemente en el lago-mar allí al final del mundo. Decido andar todo el embarcadero y bañarme allí, para evitar andar los 50 metros con el agua por las rodillas, y al llegar al final me encuentro con un tipo con gorra de capitán subido al barco que me pregunta si me voy a apuntar al viaje de hoy, que van a hacer submarinismo a ver pececitos. ¿Cómo? Sí, sí, también está incluido en el precio. Pues ya me gustaría, pero el norte nos espera, así que vengo solo a darme un chapuzón y nos vamos.

Después de un rato remojandome en un mar de agua dulce me tumbo al sol a secarme y me quedo charlando con el capitán sobre la situación en Malawi. Es un hombre mayor, de unos 60 tacos (aunque con los negros es simpre mucho más difícil adivinar, podrían ser 80) y le pregunto por la transición a la independencia, los colonos británicos y cómo se vive ahora comparado con antes. Parece ser que Malawi se ha adaptado algo mejor que sus vecinos a la independencia, o tal vez no les putearan tanto en su día, el caso es que el hombre habla casi con nostalgia de los días coloniales. Quién sabe, quizá sea sólo que el vivía mejor antes que ahora. Entonces surge una conversación reveladora. Él me pregunta inocentemente:

- Y tú, ¿también viajas con tu mujer, como todos los blancos que vienen por aquí? - No, no, viajo con un colega, por diversión. -se ríe, con una mueca extraña-Venimos desde Sudáfrica, ¿has estado alguna vez allí? Ahora su risa es una carcajada sin mucho de divertido, pero con mucho de resignación. - No, hombre, no, yo no puedo viajar. - ¿Y eso? ¿No tienes pasaporte?

Su respuesta me pega una bofetada de realidad en la cara. Tercera lección de Malawi:

- No, hombre, qué va. Lo que pasa es que viajar es para gente con dinero. Yo nací aquí, y moriré aquí.

Me quedo sin palabras. De repente siento una mezcla de admiración y pena por este señor, que lleva aparentemente bien su situación, y también de vergüenza por ser tan jodidamente afortunado de poder estar haciendo esto. Durante un segundo pasan por mi memoria todas aquellas caras anónimas que al borde de la carretera lanzaban saludos, gritos para llamar nuestra atención pidiendo limosnas, o bolis, o dulces, o que les compremos algo. Pasan todos aquellos niños curioseando cuando me caí en Lesotho, con su trozo de carne del día entre los dientes. O aquella miríada de críos que apareció de la nada en Mozambique cuando paramos a hacernos fotos en el Trópico de Capricornio. Pasan los miles de mercaderes en los pueblos cerca de las fronteras. Pasa Gollum, pidiendome que le invite a una cerveza. Y pasan muchos más hasta detenerse de nuevo en la sonrisa resignada pero sincera del viejo capitán de barco que vivirá el resto de sus días sirviendo a tipos ricos que vienen a pasar un rato en el paraíso que es su cárcel.

La hora de zarpar llega y el ayudante del capitán llama a los ricos blanquitos a toque de corneta. Nos despedimos y el barco zarpa con mi vergüenza y mi respeto a bordo. Yo enfilo hacia la casa para recoger y poner las cosas en las motos. Sé que pagué y me despedí de Norman y su mujer, pero no lo recuerdo.

Sólo recuerdo que las ruedas de la moto nos llevaban rodeando el lago de nuevo, enfilando el camino del norte, mientras un cachito de mi se quedaba atrás, en aquél lago-mar, en un barco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario