Dar Es Salaam, hace tiempo capital de Tanzania, ciudad que en árabe significa paraíso de paz, o paz en la tierra, o algo así, es en realidad un pozo inmundo de mierda. Y es una pena, porque la ciudad tiene una mezcla cultural e histórica que ya quisieran para sí muchas otras en el mundo. Su importancia estratégica durante siglos como puerto comercial y puente entre África y Asia la convirtieron en nido de comerciantes indios, árabes, portugueses... Hoy en día esta herencia se puede ver claramente en el casco antiguo de la ciudad, repleto de edificios de distintas épocas, que un día albergaron los puestos de comercio de las más diversas especies. La vida en la calle es bulliciosa hasta más no poder, y si te acercas despistado al puerto, antes de poder decir "hostia" tendrás a tu alrededor una nube de buscavidas mentirosos que te prometerán el oro y el moro con tal de que vayas a su oficina para sajarte un billete en barco de mierda hasta la isla de Zánzibar. Durante el proceso, eso sí, te enseñarán las fotos del ferry cuya oficina está a sólo unos metros.
Habíamos llegado tarde por la noche, ya que los arrabales de Dar son inmensos y hoy en día se encuentran en su absoluta totalidad en obras. La ciudad está intentando arreglar sus calles principales de acceso, distribuidas de manera radial desde el puerto, y aquello es un infierno de cruces sin semáforos, asfalto desmontado y pistas de tierra repletas de baches combinadas con millones de minubuses, camiones, coches y motos chinas. Recorrer los últimos 15 kilómetros hasta el centro de la ciudad nos costó más de una hora. Encontramos un hotel en el GPS donde, una vez más, nos hicieron el lío con los precios. Los 40 que nos dijeron de entrada resultaron no ser miles de schillings, sino dólares (al cambio 77.000 schillings). De esto nos enteramos sólo cuando ya habíamos subido todo a la habitación, sin ascensor. Lo más ridículo es que te dan el precio en dólares pero no puedes pagar en dólares, lo que acentúa la sensación de trampa para incautos.
Lo mejor que sacamos de la ciudad fue aprovechar la mezcla cultural a la manera más deliciosa: por el estómago. Comida en la calle, llevado por un indio, cocinando cientos de medios pollos. Delicioso.
Al día siguiente decidimos intentar partir hacia Zánzibar con la esperanza de que allí pudiéramos coger otro ferry hasta Mombasa, pero al acercarnos al puerto experimentamos la marabunta de vendemotos y, tras casi conseguir que Mauro le suelte una hostia a uno de ellos que le metía papelitos de ferries en la cara, salimos escopetados en dirección a la misma carretera de ayer. Teníamos que llegar a Chalinze para coger la (única) carretera hacia el Norte, en dirección a Tanga, o Arusha.
Salir de la ciudad fue incluso más costoso que entrar en ella. La única ventaja es que era de día y podíamos ver por dónde rodábamos, pero llegar al último arrabal y coger la carretera nos costó la friolera de dos horas. Esto prácticamente destrozaba nuestro día, y hacía complicado llegar a Tanga, nuestro destino para hoy, en el norte cerca de la frontera con Kenya, para cruzar a Mombasa después.
La carretera nos trajo el recuerdo del camionero asesino del día anterior, al pasar por el punto exacto en que casi se nos lleva por delante. Por suerte ibamos mejor preparados, o tal vez simplemente había menos tráfico, pero el caso es que se hizo mucho menos peligroso salir que entrar. Al llegar a Chalinze la carretera se bifurca y tiramos hacia el norte. Para nuestra sorpresa aquella era mucho más nueva, construida por los japoneses, y apenas sin tráfico. El día pasó tranquilo rodando suave y disfrutando del paisaje y de la carretera, de las curvas y de las montañas, mientras nos acercábamos más y más hacia el norte. La mayoría de los pocos camiones que nos encontrábamos en nuestro camino estaban volcados fuera de la carretera, lo que servía de recordatorio para extremar las precauciones a menudo. Pero en cualquier caso todo era mucho más agradable que en la carretera a Dar, y pudimos realmente disfrutar del camino.
Al llegar al cruce donde la carretera va hacia Arusha y Kilimanjaro o hacia Tanga y Mombasa decidimos hacer noche allí para evitar que nos cayera la noche con alguno de esos camioneros locos rodando por encima de nosotros. Por la mañana nos levantamos con tiempo para llegar cuanto antes a la frontera, porque ya sabemos como se las gastan allí, y rodamos por la misma carretera perfecta hacia Tanga, dejando las montañas detrás y buscando reencontrarnos con el Índico. Tanga, además de tener un nombre muy divertido, parece otra ciudad de puerto importante, pero venida a menos. Los edificios tienen el mismo aire de Dar, pero todo está sencillamente vacío. Junto al puerto hay cientos de vías de tren oxidadas y a medio desmontar, pobladas por chavales que recogen chatarra y basura, y tienen la apariencia de la misma basura que recogen.
Pasamos de largo y seguimos la carretera de nuevo pegada a la costa. De nuevo las vistas del cristalino océano, de nuevo las playas perfectas de arena blanca. Y además ahora tan al norte, palmeras. La carretera se separa para esquivar un palmar en una zona inundable, dandonos estupendas vistas a través del bosque de paleras. Por todos lados halcones sobrevuelan la carretera a contraviento, tratando de encontrar una presa sin apenas moverse del punto sobre el suelo en que se encuentran, y cuando por fin ven una se abalanzan a toda velocidad en un picado efímero del que vuelven con un roedor entre las garras. Sencillamente impresionante.
Y embelesados, llegamos a la frontera. Todo perfecto, los papeles en la entrada a Tanzania costaron horrores (de tiempo) pero estan tan bien hechos que todo se arregla en un pispas. Al otro lado está la frontera de Kenya. Hakuna matata, Mombasa ahí vamos.
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