La mañana siguiente fue dura. Las Safaris pesaban como losas en mi cabeza, algo menos en la de Mauro que sabiamente se bajó del carro a mitad de la noche, y fue necesaria una sobredosis de café y Red Bull para el desayuno. La noche anterior nos habían convencido de que abandonáramos la idea del camino al Oeste, y que fueramos hacia la costa de nuevo, para coger la carretera costera hacia Pangani. El trato parecía bueno: tendríamos que seguir por la carretera que veníamos, camino al Este, hasta llegar al cruce de Sagera (aquel en el que dormimos una semana atrás), tirar de nuevo hacia Tanga, pero antes de llegar coger una carretera hacia el sur. Siguiendo por la costa, según las palabras de la Tanzanholandesa, una carretera totalmente nueva de asfalto perfecto nos llevaría al paraíso escondido de las playas de Pangani, y de ahí hacia el sur, pasando por un parque nacional en el que no habría problema en cruzar con las motos, hasta Bagamoyo. Todo, absolutamente todo, asfalto nuevo. Ella lo sabía bien, pues era el camino que seguía para venir desde Dar hasta Moshi.
Lo bueno de las resacas es que te ayudan a borrar lo idílico de una noche de pedo. Pero empecemos por el principio.
Lo primero era lo primero: había que ver el puto Kilimanjaro. Y ya lo llamo así porque hasta los mismísimos me tiene después de casi 5 días intentando verlo. La mañana se había levantado, sí, has acertado: nublada. Otra vez. Otra puta vez. Así que seguimos hacia el Este desde Moshi, pasando a muy pocos kilómetros por la falda del Kili. Nada, no había manera. Intentamos seguir las carreteras que suben hasta el inicio de los senderos que marcan las rutas típicas de escalada, y nos metimos de lleno cada vez más en las nubes. El asfalto se tornó en grava, y la grava en arena. Arena arcillosa, húmeda. Trampa mortal para motos, salvo que tus ruedas tengan clavos y tu moto pese unos 50 kilos. Yo me rajé, creo que sabiamente, pues mi resaca tampoco me tenía para ninguna locura. Mauro se aventuró hasta donde el camino se tornaba tan estrecho que la moto apenas pasaba entre los árboles, y por suerte encontró un ensanche donde dar la vuelta. Ni por esas. Estábamos ya, según el GPS, a más de 2.000 metros de altitud, y lo único que veíamos eran nubes, nubes y más nubes. Lo intentamos por otra pista, otra vez arcilla húmeda, y cuanto más entrábamos en ella más húmeda y más resbaladiza. Yo decidí rajarme de nuevo, y a mitad de la pista encontré un desvío que no estaba en cuesta donde decidí dar la vuelta. Mauro volvió hasta allí con noticias de que más alante sólo era más de lo mismo y además empezaba a bajar. El GPS ni siquiera reconocía estos caminos como offroad, así que era hora de dar la vuelta, volver por donde habíamos venido y darnos por vencido. Y entonces Mauro por fin tumbó la moto también. Lo siento, digo por fin sólo porque yo ya lo había hecho y el nunca hace nada mal, y ya está bien, ¿no? Bueno, el caso es que al llegar al desvío donde yo me había parado a dar la vuelta se detuvo a hablar conmigo, y al arrancar de nuevo su rueda trasera empezó a patinar sobre la arcilla húmeda tirándole de lado.
Finalmente conseguimos salir de allí sin más percance, y emprendimos la larga travesía ladera abajo, tristes y compungidos por haber fallado finalmente, derrotados por la leyenda del probablemente inexistente Kilimanjaro, una leyenda de película para atraer turistas incautos a dejarse la pasta viendo nubes. Por el camino decidimos bautizar la montaña como Cloudimanjaro, algo así como Nubimanjaro, y volvimos a la carretera resignados enfilando el camino hacia la costa.
Al Este del Kili se extiende una planicie eterna flanqueada al Norte por un parque natural de alta montaña que ofrece unas vistas impresionantes de cortados enormes desde la carretera, y al Sur sólo llanura hasta donde la vista se pierde. El resultado es una zona de vientos cruzados que la carretera se encarga de anunciar pidiendo precaución al amigo conductor, pero quizá por acompañar el sentimiento de decepción aquél día no soplaba ni una leve brisa. La carretera estaba generalmente en buen estado, con algún que otro socavón, pero nada grave. Totalmente recta por las llanuras infinitas y sólo torciendo para esquivar las montañas nos llevó en dirección sureste durante horas, hasta que por fin desapareció. Varios tramos seguidos de carretera cortada por obras con un desvío por pistas de grava blanca nos daban la bienvenida atestados de camiones que las cruzaban levantando polvaredas en las que literalmente todo lo que estuviera a más de un metro de distancia desaparecía. Cada vez que un camión pasaba en dirección contraria había que pararse porque era imposible ver la pista durante los siguientes 30 segundos. Por suerte tras 4 o 5 tramos así encontramos uno en el que el asfalto estaba ya plantado, pero aún bloqueado por piedras enormes para evitar el tráfico. Pero como somos más listos y vamos sobre dos ruedas, nos colamos entre las piedras y tiramos a toda mecha por asfalto vacío mientras vemos camiones serpenteando alrededor entre cortinas de polvo blanco. Y así hasta que por fin nos acercábamos a Sagera, y el asfalto volvió a la normalidad, esta vez ya en perfecto estado y totalmente nuevo.
A estas alturas y ya superados los tramos de obras, algo en la historia de ayer empezaba a fallar. Y es que lo bueno de las resacas es que te ayudan a borrar lo idílico de una noche de pedo.
Llegamos a Sagera, y pasamos del tirón repitiendo pista hacia Tanga. Sabíamos de buena tinta que esta carretera estaba perfecta, así que íbamos a toda mecha en dirección al mar. Según la Tanzanholandesa pronto veríamos un desvío a Pangani. Si nos dabamos prisa aún llegaríamos a Pangani antes del anochecer. A fin de cuentas era una carretera nueva de asfalto en perfecto estado.
Las resacas y lo ya no idílico de la noche de pedo.
El desvío apareció. Pangani: 42 kilómetros. Y el firme, como nos habían prometido, de un asfalto perfecto recién puesto. Los 50 metros que tardaba en convertirse en pista de arena.
Vivan las resacas.
Con la sonrisa torcida y acordándonos de la Tanzanholandesa y la madre que la parió decidimos que lo mejor que podemos hacer es llegar a Tanga y hacer noche allí. Después de todo es posible que se refiriese a la carretera que el GPS marca de Tanga a Pangani. Tiene sentido que esa sea la carretera nueva.
Tanga, de nuevo Tanga, aquella ciudad que a todas luces había conocido épocas mejores, nos recibió ya entrada la noche con una demostración de que en Tanzania a partir de las 8 no existe nada de vida, salvo que estés en Dar o en Moshi. Una ristra de precios de hotel para Mzungus que aún vivan en la era colonial donde sólo los ricos se podían permitir ir a un hotel en África nos dió la bienvenida. Hasta que encontramos aquél hotel. Silvarado. Entro a preguntar, y la chica de recepción, una tía alta, súper sonriente, guapa, con una cintura de infarto, que de verdad merecería estar en uno de esos concursos de Miss, me dice amablemente que el precio de la habitación es 15.000 schillings. Wow, qué barato. Tal vez sea porque no hay ni cristo en el hotel, que tiene una pinta de sufrir el mismo síndrome de toda la ciudad. Pregunto para estar totalmente seguro, porque no parece que tenga sentido que nos hayan pedido 100.000 (45 euros) en el último que preguntamos, y ahora sólo 15.000 (7 pavos). 3 veces pregunto. ¿Seguro? ¿Quincemil? ¿Uno cinco?. Sí, sí, sí. Nos enseñan la habitación y resulta que sólo tienen dobles, con una sóla cama. Pero bueno, por este precio no pasa nada, nos podemos permitir dos habitaciones. La chica, encantadora, nos ayuda a subir el equipaje, nos sirve la cena, y no para de sonreir y de contarme cuánto le gusta mi pelo.
A la mañana siguiente salimos después de desayunar, cargamos todo, y justo apunto de salir nos damos cuenta de que no hemos pagado. Por mi cabeza pasa la tentación de irnos haciendo un simpa, pues nadie parece muy preocupado de que nos vayamos. Pero no, karma universal y esas cosas, no hagamos el mal. Vamos a pagar. La chica sonriente súper guapa no está, en su lugar hay un tipo majete, que con una sonrisa enorme en la cara nos dice:
- Por supuesto, caballeros, aquí está su cuenta. Serán 100.000 schillings.
A Mauro le da un ataque de risa y se da la vuelta y se larga. Yo me quedo con cara de gilipollas y le digo que tiene que haber un error. El me dice tan pancho que no, por supuesto, este es el precio, 50.000 por habitación, y son dos habitaciones, así que 100.000 schillings.
Veamos. En África la gente habla inglés con aquél acento. No es por criticar, pues en España hablamos generalmente aún peor inglés. Pero es cierto que a veces es muy difícil entenderse si no estás acostumbrado al acento africano del inglés en esta zona. Pues bien, resulta que en inglés, 15 (fifteen) suena EXTREMADAMENTE parecido a 50 (fifty). Que ya es maldita la puta gracia de los ingleses de hacer los números tan parecidos con significados tan dispares. Y el problema no es sólo de entendederas, es que muchos (especialmente en Tanzania donde el idioma oficial es Swahili y sólo alguna gente aprende inglés en condiciones) no lo hablan muy bien. A este pequeño detalle tienes que añadirle el no menos despreciable de la (dudosamente efectiva) buena educación en África, donde si alguien no te entiende lo que le has dicho, te dice, invariablemente: "Yes". Sí. No tengo ni pajolera idea de lo que estás diciendo, pero por si acaso mi respuesta es sí. ¿Puedo usar tu teléfono? Sí. ¿Sábes por dónde queda el Kilimanjaro? Sí. ¿Me puedo follar a tu mujer en la mesa del salón? Sí. ¿Te palpita la pepita como una patata frita? Sí.
- ¿Quincemil? ¿Uno-Cinco? ¿Seguro? - Sí.
La puta madre que la parió, también a esta.
Y qué haces en una de estas. Quiero (prefiero) pensar que la chica intentaba ser lo más amable posible y no entendía muy bien ni sabía hablar muy bien, y eso originó la confusión. También tengo en cuenta que yo soy el guiri en esta tierra, y que yo soy quien no habla su idioma. Pero también sé que por la noche me dijo que no había papeles para hacer el registro ni el recibo y que no pasaba nada, ya que podía hacerlo a la mañana siguiente. De haberlo hecho en ese momento hubiera visto el malentendido y habríamos seguido vagando por el decadente Tanga. Pero ahora ya era muy tarde, y sé que estos tipos no son dueños del garito, y que probablemente su sueldo sea más o menos lo que nos piden por esta noche, y que si no hacen la caja el jefe se lo va a quitar de su sueldo. Pero como bien dice Mauro, si se ha colado con el precio, mejor que lo pague ella a que lo paguemos nosotros. El tipo majete llama a la tipa alta y la hace venir, y discutiendo se contradice varias veces, unas diciendo Fifty y otras diciendo Fifteen. El error está clarinete y demostrado, esta tipa no sabe hablar. Y el hecho es que podía haberlo escrito en un papel. Así que nos plantamos y decimos que toda la pasta que tenemos es 67.000, y que eso es lo que podemos pagar y que sintiendolo mucho nos vamos a ir, y si no están de acuerdo pueden ir llamando a la policía porque no tenemos manera de pagar más. Dos horas después, y con todo el mundo enfadado, salimos de allí, 67.000 schillings (30 euros) más pobres.
Enfilamos la carretera que sale de Tanga hacia el sur pegada a la costa, en dirección a Pangani. El asfalto, como nos prometieron, es perfecto y parece que está tirado ayer.
Los 200 primeros metros antes de convertirse en una pista de arena.
Tu puta madre, Tanzanholandesa.
Y es que esto es lo bueno de las resacas, que te ayudan a borrar lo idílico de una noche de pedo.
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