Cruzamos la frontera y empezamos a ver diferencias entre Kenya y Tanzania. De alguna manera había asumido que Kenya era algo más avanzada, pero al menos en puestos fronterizos esto no sólo no se cumple sino que más bien es al contrario. Para empezar en el lado kenyata primero tenemos el control de pasaportes y después tenemos que seguir unos 5 kilómetros para llegar a aduanas, donde nos dicen que es imposible que hayamos llegado hasta allí sin un Carnet de Passage. El CdP es un documento que emiten la mayoría de países para exportación temporal de vehículos. Hasta ahora en cada frontera nos han dejado pasar sin más ni más, salvo en Malawi que tuvimos que comprar un permiso temporal de importación por unos 5.000 chewakas (algo menos de 12 euros, ya ves tú). Así que nos toca discutir con el tipo. Tras casi una hora conseguimos los documentos, sin necesidad de pagar nada, ni siquiera una fanta, y tiramos millas con la idea de llegar a Mombasa. La mítica Mombasa, donde nos montamos fantasías de llevarnos TheNetCircle. Pero habíamos empezado el día en Kenya, y no iba a ser posible llegar antes de la noche.
Pasamos por un pueblo costero llamado Dani Beach donde podríamos encontrar de todo, desde cajeros automáticos hasta tarjetas sim para tener internet. Encontramos un hotel con pinta de haber conocido épocas mejores, como la mayoría de las cosas por aquí, pero un poco más. Asequible de precio y con una piscina enorme que no perderíamos la ocasión de disfrutar por la noche. Es una de las mejores sensaciones del mundo, con el calor que hace aquí, por la noche el agua está en su punto perfecto, aún guardando algo de calor del día, y flotar bajo las estrellas en una piscina totalmente vacía... realmente no tiene precio.
Al día siguiente seguimos nuestro camino a Mombasa. La carretera desde el sur pasa por toda suerte de arrabales paupérrimos donde todo parece sucio, incluso las vacas pastando entre plásticos y su propia mierda. Desde este lado la ciudad no tiene nada de maravilloso, es más bien un tanto decepcionante. Llegamos al ferry que cruza el río hasta el centro de Mombasa, y cruzamos tirando fotos, ignorando las miles de advertencias de que está prohibido. El centro de Mombasa es relativamente familiar, se parece mucho a Dar en los edificios, en la mezcla, en la vida loca en la calle atestada de gente vendiendo cosas y triciclos motorizados ofreciendo llevarte a donde se te ocurra. Mauro perdió uno de sus guantes, que uno de esos triciclos encontró y por suerte nos devolvió. Pero el calor es abrasante y no parece demasiado interesante salvo que paremos un rato largo a explorarlo, así que decidimos seguir nuestro camino. Esto es un poco como llegado, visto, listo, vámonos. Pero realmente no resulta demasiado atractivo desde la moto, y preferimos seguir. En las afueras todo está lleno de mierda, montañas de plástico y basura se apilan a orillas de los humedales que rodean la ciudad, contando una historia de cómo el progreso ha arruinado lo que un día fue hermoso. Más razones para dejar Mombasa atrás.
Kenya tiene también muchos camiones, pero nunca tantos como aquella maldita carretera de Dar. Sin embargo el camino hacia Nairobi se convierte en otra de esas carreteras horadadas por roderas de camiones y nos pasamos el rato buscando dónde adelantar, sin demasiado tiempo para ver mucho alrededor. Tierra adentro el suelo se hace más y más seco, y yo ya echo de menos las montañas como loco. La carretera es casi una línea recta perfecta, y los camiones gotean a nuestro paso en un constante bailar sobre un suelo irregular. El tiempo no ayuda. Desde que hemos salido de Mombasa una capa espesa de nubes grises que juegan a amenazar con lluvia lo cubren todo a nuestro paso, hasta allí donde se pierde la vista.
Hacemos noche en Voi, cruce de caminos con una carretera a medio construir que un día unirá esta población encastrada entre parques naturales con el mismísimo cielo de África: el Kilimanjaro. Nuestra idea inicial era buscar la carretera que rodea el Kilimanjaro por el norte, en suelo kenyata, antes de ir hacia Nairobi, pero el cielo está encapotado y nadie parece dispuesto a desencapotarlo. A la mañana siguiente todo sigue igual, si no un poco más gris, y comprendemos que es inútil tirar hacia el Kili, porque no vamos a ver nada. Así que decidimos ir a Nairobi donde haremos noche en el Jungle Junction, un camping-alojamiento regido por un alemán motero que durante años se ha convertido en punto de encuentro de casi todos los moteros que cruzan el continente. El tipo tiene un taller, que puede sernos de utilidad para descubrir qué pasa con el aceite en mi moto.
Al salir de Voi cruzamos el parque natural de Tsavo. Ibamos con la idea de que quizá fuera tan interesante como el Mikumi en Tanzania, pero resultó ser un secarral con apenas algún árbol en el camino y el único animal que pudimos ver fue un par de manadas de dromedarios que en realidad eran llevados por pastores. En todo caso bastante decepcionante también. De alguna manera, dejémoslo en que por culpa del cielo oscuro, Kenya es un poco decepcionante de momento.
Llegar a Nairobi sería una vez más horriblemente difícil. En general cada capital o ciudad grande que hemos cruzado ha resultado ser un dolor de muelas. Atascos horribles de horas en cada cruce, en cada rotonda. Y como la suerte suele llevarnos igual, casi en todas las ocasiones hemos tenido que cruzar la ciudad entera para llegar al alojamiento que buscábamos. Creo que en adelante intentaremos evitar las capitales.
Finalmente llegamos al famoso Jungle Junction, y realmente puedes respirar el ambiente motero allí. Según entras hay decenas de motos aparcadas, de viajeros que han confiado en el dueño para guardar sus motos mientras vuelven a sus países hasta que vuelvan a tener vacaciones, para poder seguir con el viaje desde ahí. En general es un buen trato, porque Nairobi está convirtiéndose en hub internacional en la zona, así que muchos vuelos allí son relativamente baratos. Además de las motos hay también caravanas, todoterrenos con habitaciones montadas en la parte de atrás... En todo el sitio se respira el ambiente del viajero empedernido, aquél que tiene historias que contar.
Allí estaba Glenn con su novia Vanessa, que llevan 2 años sobre ruedas, y que ahora vuelven a Londres donde empezaron con la idea de estar 4 meses en ruta. Allí estaban también aquella pareja de austriacos que llevaban también no se cuántos años rodando en su jeep, y se ganaban la vida escribiendo guías de viaje que venden en Amazon. También había una familia en autocaravana, que según contaba el austriaco habían empezado hace 10 años, y ahora tenían dos niñas de 9 y 5 años.
Lo peor de este tipo de sitios es sentirte tan pequeño, llevar todo el mes en la carretera pensando que eres uno entre millones, y encontrarte con gente que te deja a la altura del betún. Gente que te hace recibir una bofetada en la cara como preguntándote "¿y tú qué cojones estás haciendo con tus sueños, pardillo?". Lo mejor, es compartir el espíritu de quien tiene un alma viajera, un alma que le empuja a dejarlo todo atrás y explorar, y descubrir. Gente para la que un salón acogedor y una play station quedan completemanete fuera de su esfera vital, porque tienen mucho más que eso. Gente que quiere saber más, en lugar de encerrarse en menos.
Gente como la que yo quiero ser cuando sea mayor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario