Ha costado salir del punto g. ¡Qué puto frío hacía esta mañana, la hostia! Quién diría que estamos en África. Pero había que hacerlo, cayera la que cayera. El mundo está ahi esperándonos y no podemos defraudarle.
Dejamos atrás a los buenos hippies no sin antes proferir promesas de amistad eterna, declarar nuestra intención de volver y obtener la dirección de un colega de Harold en East London que nos puede acoger de gratis (además de regalarnos maría). Lo normal en estos casos vamos.
En cualquier caso volvimos al camino que nos había traído aquí, y este nos recibió con el mejor "buenos días" que la naturaleza puede ofrecer, con un día magnífico y soleado, y con una subida entre paredes de una garganta jugueteando con el río que la parte en dos. Íbamos subiendo, literalmente pegados al cauce del río, sorteando las cascadas y calderas que este iba formando a su paso, todo esto entre dos paredes de roca que no distan más de 10 metros una de la otra. Es en estos momentos en los que se me ensancha el alma y se me hace Pepsicola el chichi de pensar lo increíble que es poder hacer off road porque no hay ninguna carretera de asfalto en el mundo que te lleve a un sitio así. Esto merece todo el esfuerzo de aprender a llevar esta moto.
Al terminar la subida el río nos ha regalado las praderas altas de donde nacía, haciéndonos creer por un instante que estábamos en los mismos alpes. Y poco después el camino ha muerto sepultado por asfalto. La carretera volvía a la vida enterando sensaciones de victoria, superación y asombro infinito. Pero no sufrimos por ello porque sabemos que habrá más como este adelante, y ahora es hora de tirar millas, que tenemos media África por delante esperando ser descubierta.
Con esas hemos enfilado una carrera perfectamente recta, deseosa de darle a nuestras monturas un poco de acción velocidad. Y vaya si han sabido responder... Es asombroso la cantidad de fuerza que guardan estas bestias incluso cuando ya vas a velocidades más que respetables. Madre, no leas. ¡He dicho que no leas, tramposa! Bueno, tu verás lo que haces. A 170 he decidido que era un momento adecuado para cagarse un poco y volver a los 120 de la vía.
Las horas han pasado con las motos tragando kilómetros impasibles ante las quejas que tanto sus zapatillas de off como sus congeladas monturas tenían sobre el viaje. Las primeras porque sobre asfalto se van derritiendo menos poco a poco de lo que parece asumible, y las segundas porque a apenas 800 m de altitud que andábamos el frio se clavaba en el pecho cómo un puñal envenenado. Creo que vamos a tener que dejar Lesotho (altitud mínima 1500m) para otro momento del año.
Tras un hemos tirado un rato por una carretera secundaria, paralela a la nacional (y más que probable repostaje mente, la antigua carretera ) con la intención de retomar la principal cuanto antes, pero de pronto unas 5 motos han pasado en dirección contraria y otras 3 han aparecido delante. Y ¿que pasa cuando hay tanta moto en la misma carretera? Pues que es una buena carretera para motear. Así que he pasado de la nacional y hemos seguido detrás de aquellos 3 tipos anónimos.
De repente era como volver al principio de los tiempos, a las primeras rutas con la orden varadai, con el kini, el masca, el cover, el chiqui y los demás. Aquellas rutas por Robledo de Chavela, la sensación molona de pertenecer a un grupo. Es acojonante cómo las motos hacen comunidad.
Cruzamos puertos (puertitos) en caravana motera, disfrutando de las gargantas, bajando hasta el río, subiendo de nuevo hasta lo más alto, siempre por un túnel de árboles que te arropan por el camino. Hasta que nuestros anónimos amigos desaparecieron en un desvío, dejándonos solos en nuestra ruta junto a un (otro más) parque natural.
Cuando ruteas en moto sabes que va siendo hora de volver (o buscar refugio) porque tu sombra se alarga lo suficiente para ver tu propia silueta rodando a tu lado. Es como una extensión de ti mismo que te saca de un sueño de la manera más suave posible. Hey, hola, ya sabes lo que toca, ¿verdad? Vamos, busquemos donde quedarnos.
Así llegamos a Grahamstown, donde los bnb son aún más caros que lo que llevamos encontrado. Una ciudad pequeña de estilo colonial con casas que recuerdan a las fotos de San Luis, y absolutamente repleta de iglesias y catedrales, de los más variopintos estilos europeos. Parece que aquí hubieran hecho una apuesta a ver quien podía hacer la iglesia que atrajera más fieles. El resultado es vistoso, pero poco útil me parece a mi.
Finalmente encontramos un bnb asequible y salimos a buscar donde cenar. Conseguimos también encontrar una botella de amarula.
¿El veredicto? No sabe igual. En África (y no por estar aquí) sabe mejor.
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