sábado, 18 de mayo de 2013

Día 3. El punto G

Dejamos la granja y ya sin pantalla la moto es mucho más fácil de llevar.  Aun así los primeros kilómetros fueron sobre todo de nuevo de volver aprender. Es difícil cada mañana, incluso es difícil cada vez que paramos, volver a coger el ritmo y a entender la moto. Ya no tengo la sensación de que no voy a saber mantenerla nunca, pero aún me cuesta llegar al punto de ir tranquilo después de cada parada.

La ruta de Craig nos llevó pronto a la carretera de asfalto, y de repente echamos a volar. Siguiendo la nacional con un asfalto mejor que perfecto, estas burras tienen potencia para aburrir. Y claro así los kilómetros pasan sin darse cuenta.

Las llanuras eternas llenas de granjas se fueron aproximando a la costa según la carretera nos llevaba a Mossel Bay,  la cual tras una entrada horrible con una refinería de petróleo se nos descubrió inmensa pero disimuladamente. Casi como sin quererlo, tras una loma se abrió una bahía inmensa dominada por un mar que bate en incesantes olas la blanquedad de las playas que delinean la costa. La bahía, llena de barcos cargueros, da una idea de que este es un lugar importante.

Seguimos de largo sin hacerle más caso que mirar absortos desde la carretera, y poco a poco la vegetación de la costa fue cambiando hasta meternos en un pinar inmenso. Tanto que esta zona se llama Pine Cape.

La carretera es simplemente perfecta. El asfalto parece que lo pusieron ayer, limpio, seco. Aun siendo casi una recta continua  nos ofrece vistas maravillosas y no nos hace perdernos no un detalle de este lugar. En realidad seguro que nos estamos perdiendo mucho, pero es que hay sencillamente tanto que ver...

Y de repente el gps pita. Te had equivocado, vuelve atrás y tira a la izquierda. Oye pero que Port Elizabeth está para adelante... Nada nada, ni puto caso Port Elizabeth. P'atrás he dicho. Vale vale...

Creo que podía imaginarme a Craig con una risa malévola diciendo "¡Ya habéis tenido suficiente asfalto!" pues la carretera nueva se estrecha hasta llegar a una señal de grava. Y de paso de montaña. Ole. Así que tras dudar un poco decidimos darle a las Mitas (los neumáticos de off road que llevamos) un poco de aquello para lo que fueron diseñadas.

El problema es que aquello no era grava sino arena, y mojada y arcillosa, osea barro. Es horrible sentir que tus ruedas, incluso calzadas con gomas de off, patinan cómo locas para todos los lados al llegar a una curva. Hacemos el primer tramo en primera y a menos de 30. Es agotador. Espero que el terreno mejore. Apartamos por ello y decidimos seguir adelante, y el camino premia nuestra osadía devolviendonos la grava y mejorando el paisaje. De repente estamos en un bosque que podía perfectamente estar en cualquier rincón de Europa. Es acojonante como se parecen algunos lugares de aquí a casa. No me extraña que los colonos europeos decidieran quedarse aquí.

El camino nos lleva arriba y abajo por las faldas de montañas bañadas en pinares, ofreciéndonos de cuando en cuando vistas majestuosas del valle que acabamos de dejar, o del que vamos a abordar ahora. Uno de ellos parece especialmente bonito y desde arriba vemos unas casas pegadas al río. Tiene que molar vivir así. Pero el tiempo empieza a apretar y tenemos que seguir si no queremos que la noche nos pille en un sitio así.

Al bajar vemos las casas, con un letrero que dice: "El punto G de Angie. Cerveza caliente, comida asquerosa y alojamiento guarro". No nos lo pensamos un minuto: ¡Nos quedamos aquí! Estos tipos si que saben venderse...

All entrar nos recibe un tipo de pelo y barbas largos y blancos, con pinta de hippy irredento. Nos cuenta historias de su vida de motero y de como compró este terreno y montó esto con Angie, su mujer. Nos cobran menos de la mitad de lo que nos han cobrado todos hasta ahora, nos dan curry de cena, que Angie aprendió a hacer en Durban directamente de abuelas indias. Nos dan Kalimotxo (que aquí se llama katimba) y nos cuentan cómo todo esto es absolutamente natural, cocina de leña, luz generada por paneles solares... Harold se jacta de pagar 4000 zarchufos AL AÑO por vivir aquí, y cómo todo lo demás es gratis. Lo único que no tiene aquí es Internet. Ni móvil. Ni falta que le hace.

Nos cuenta cómo para el las propiedades son una mierda y la pasta solo una herramienta para poder viajar. Dice que tras cinco años aquí ya quiere venderlo y coger su moto y echar a rodar, qué importa dónde. Viajar es lo que le hace feliz. "Si crees que el dinero te hace feliz es que tienes algo realmente jodido en la cabeza. El dinero no puede hacerte feliz. Una buena mujer sí, pero no el dinero" nos dice entre carcajadas mientras se pone un whiskey que sale del coño de una especie de alce de peluche.

Cuando nos vamos a dormir tenemos que usar quinqués para iluminar el camino, pero merece la pena apagarlos solo para contemplar el maravilloso manto de estrellas que nos cubre. No existen palabras para describirlo. Ver todas las constelaciones claras cómo dibujos trazados en el aire, ver la línea de la galaxia y entender por qué la llamaron vía láctea... No hay forma de describir eso en palabras. Tienes que venir a verlo.

Buenas noches. :-)

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