... Y días de oscuridad

El barcotaxi llamó como tantas veces habíamos oído en los últimos días: "Haadrín, haadrín". Ataviados en ropas nada veraniegas ni acordes con el rollo pihippy que impera en The Sanctuary nos subimos al bote mojándonos las botas en agua de mar. El taxista encendió el motor de coche que todos los barcotaxis aquí llevan conectados a una hélice y el bote empezó a girar dejando atrás la playa del santuario. A lo lejos 3 figuras meneaban los brazos repetidamente en señal de adiós. Instantes después el bote rodeaba la roca que da paso a la cala y el paraíso quedaba atrás para siempre con sus tres figuras probablemente decidiendo si darse un baño o desayunar algo.

El aire fresco con olor a sal acariciaba nuestras caras mientras rocas y playas pasaban de largo. Haad Rin, la playa del festival de la luna llena, nos esperaba vacía, con su rutina mañanera de bares recogiendo la mierda de la noche anterior y buitres-taxistas en busca de rapiñas-turistas: "¿taxi? ¡Tonsalá! ¡Jalo, taxi!"

Con nuestras botas mojadas en el mar de nuevo al bajar del bote pasamos a su lado sin prestarles la menor atención y mirando al suelo. Tampoco hablamos mucho. Pasamos por un cajero y por el hotel donde nuestras maletas y motos llevaban aparcadas 3 días. Por alguna razón hoy está siendo más desagradable que de costumbre montar el equipaje.

Desempolvadas las monturas salimos de vuelta a la carretera sin mucho ánimo. Ni siquiera la loca montaña rusa que es la carretera de Haad Rin a Thong Sala o sus impresionantes vistas diurnas de la costa sur de la isla nos levantan mucho el ánimo. Comemos mientras esperamos al ferry y montamos de nuevo en la humeante masa de hierro que nos llevará a tierra firme una vez más, muy a nuestro pesar, en Don Sak.

La ley de aduanas china nos obliga a volver al país por donde salimos, lo que significa que hay que cruzar Tailandia y Laos de nuevo. Esperábamos poder ir a Bangkok directamente y ahorrar así todo el cono sur de Tailandia, cuya única carretera ya conocemos. Pero no puede ser, y tenemos que repetir gran parte del viaje a contrarreloj, dado que oficialmente nuestras vacaciones terminan el viernes y deberíamos currar el lunes, pero es totalmente imposible. Además hay que ir hasta Kunming a 700km de la frontera para encontrar el primer tren donde mandar las motos a Shanghai. En total algo más de 2000km nos esperan entre risitas de "no vais a llegar al curro ni de Blas".

Por fin llegamos a Don Sak y enfilamos la carretera sin mediar palabra. El fantasma de mí mismo días atrás me señala comentando entre risitas con el fantasma de Mauro que ninguno de los guiris que bajan del ferry viene sonriendo. Esa ha dolido.

Conocemos el camino así que no hay ni que mirar mapas. Sintonizo radiocasco pero la emisión está suspendida por alguna razón, así que sólo se oye el ruido estacionario producido aquí por el viento en lugar de la estática de la FM. El asfalto pasa rápido bajo mis pies mirando siempre hacia atrás con cara triste.

Reflejo, probablemente, de lo que hay al otro lado del casco.

Me alejo del puerto a toda pastilla con el único objetivo de llegar cuanto antes a China, y con la pesadumbre de dejar algo atrás, de algo roto o terminado. Ni los niños, ni el viento ni las (pocas) curvas me sacan de esta sensación. Hoy no toca sonreír.

El resto del día pasa silencioso entre el ruido de motores y asfalto pisoteado por el muñeco gordo de Michelín, con el rumbo marcado y a velocidad de crucero, parando sólo para repostar gasofa y redbull. Y llegamos de nuevo a Chumphon. Exactamente la misma ruta y el mismo tiempo (echa un ojo en el perfil de Everytrail).

Hoy no ha llovido (fuera del casco), pero ha sido un día gris oscuro. Muy oscuro.

Mañana: Bangkok.

Odio las contrarreloj.